El profeta Isaías y el Evangelio de hoy usan la imagen de la viña del
Señor. La viña del Señor es su «sueño», el proyecto que él cultiva con todo su
amor, como un campesino cuida su viña. La vid es una planta que requiere muchos
cuidados.
El «sueño» de Dios es su pueblo: Él lo ha plantado y lo cultiva con amor paciente y fiel, para que se convierta en un pueblo santo, un pueblo que dé muchos frutos buenos de justicia.
Sin embargo, tanto en la antigua profecía como en la parábola de Jesús, este sueño de Dios queda frustrado. Isaías dice que la viña, tan amada y cuidada, en vez de uva «dio agrazones» (5,2.4); Dios «esperaba derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos» (v. 7). En el Evangelio, en cambio, son los labradores quienes desbaratan el plan del Señor: no hacen su trabajo, sino que piensan en sus propios intereses.
Con su parábola, Jesús se dirige a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a los «sabios», a la clase dirigente. A ellos ha encomendado Dios de manera especial su «sueño», es decir, a su pueblo, para que lo cultiven, se cuiden de él, lo protejan de los animales salvajes. El cometido de los jefes del pueblo es éste: cultivar la viña con libertad, creatividad y laboriosidad.
Pero Jesús dice que aquellos labradores se apoderaron de la viña; por su codicia y soberbia, quieren disponer de ella como quieran, quitando así a Dios la posibilidad de realizar su sueño sobre el pueblo que se ha elegido.
La tentación de la codicia siempre está presente. También la encontramos en la gran profecía de Ezequiel sobre los pastores (cf. cap. 34), comentada por san Agustín en su célebre discurso que acabamos de leer en la Liturgia de las Horas. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo (cf. Mt 23,4).
También nosotros
estamos llamados en el Sínodo de los Obispos a trabajar por la viña del Señor.
Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales,
o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la
viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo.
En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los
orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad.
También nosotros
podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia
que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se
enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el
sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. El Espíritu nos da
esa sabiduría que va más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con
verdadera libertad y humilde creatividad.
Hermanos, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo (Flp 4,7). De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios (cf. Mt 21,43).
Hermanos, para cultivar y guardar bien la viña, es preciso que nuestro corazón y nuestra mente estén custodiados en Jesucristo por la «paz de Dios, que supera todo juicio», como dice san Pablo (Flp 4,7). De este modo, nuestros pensamientos y nuestros proyectos serán conformes al sueño de Dios: formar un pueblo santo que le pertenezca y que produzca los frutos del Reino de Dios (cf. Mt 21,43).
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