Mt 21, 33-43
La parábola de los “viñadores homicidas” es un relato en el que
Jesús va descubriendo con acentos alegóricos la historia de Dios con su pueblo
elegido. Es una historia triste. Dios lo había cuidado desde el comienzo con
todo cariño. Era su “viña preferida”. Esperaba hacer de ellos un pueblo
ejemplar por su justicia y su fidelidad. Serían una “gran luz” para todos los
pueblos.
Sin embargo aquel pueblo fue rechazando y matando uno tras otro
a los profetas que Dios les iba enviando para recoger los frutos de una vida
más justa. Por último, en un gesto increíble de amor, les envío a su propio
Hijo. Pero los dirigentes de aquel pueblo terminaron con él. ¿Qué puede hacer
Dios con un pueblo que defrauda de manera tan ciega y obstinada sus
expectativas?
Los dirigentes religiosos que están escuchando atentamente el
relato responden espontáneamente en los mismos términos de la parábola: el
señor de la viña no puede hacer otra cosa que dar muerte a aquellos labradores
y poner su viña en manos de otros. Jesús saca rápidamente una conclusión que no
esperan: “Por eso yo os digo que se os quitará
a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que
produzca frutos”.
Comentaristas y predicadores
han interpretado con frecuencia la parábola de Jesús como la reafirmación de la
Iglesia cristiana como “el nuevo Israel” después del pueblo judío que, después
de la destrucción de Jerusalén el año setenta, se ha dispersado por todo el
mundo
.
Sin embargo, la parábola está
hablando también de nosotros. Una lectura honesta del texto nos obliga a
hacernos graves preguntas: ¿Estamos produciendo en nuestros tiempos “los
frutos” que Dios espera de su pueblo: justicia para los excluidos,
solidaridad, compasión hacia el que sufre, perdón...?
Dios no tiene por qué bendecir
un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por
qué identificarse con nuestra mediocridad, nuestras incoherencias, desviaciones
y poca fidelidad. Si no respondemos a sus expectativas, Dios seguirá abriendo
caminos nuevos a su proyecto de salvación con otras gentes que produzcan frutos
de justicia.
Nosotros hablamos de “crisis
religiosa”, “descristianización”, “abandono de la práctica religiosa”... ¿No
estará Dios preparando el camino que haga posible el nacimiento de una Iglesia
más fiel al proyecto del reino de Dios? ¿No es necesaria esta crisis para que
nazca una Iglesia menos poderosa pero más evangélica, menos numerosa pero más
entregada a hacer un mundo más humano? ¿No vendrán nuevas generaciones más
fieles a Dios?
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