Mt 22, 34-40
La religión
cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y,
sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente
ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención
en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?
Los
evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le
preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo
esencial: lo primero es "amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todo tu ser"; lo
segundo es "amarás a tu prójimo como a ti mismo".
La
afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar.
Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás
en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y
secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor
todo queda pervertido.
Al hablar
del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que
pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar
nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es
reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros
una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor
universal de Padre de todos.
Por eso
añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de
espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se
olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana
ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su
bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este
lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin
embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va
deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una
convivencia más humana.
Hace unos
años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: "El cristianismo está
todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es
pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga
fermentar". Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra
responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras
generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser
humano si termina por perder la fe en el amor.
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