Mt 16, 13-20
También hoy nos dirige Jesús a los
cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos
pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos
nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo
tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos
comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y
de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido
para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en
nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quiénes se acercan a
nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para
nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de
Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la
sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible
para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho
de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como
la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y
excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras
celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados:
los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en
el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante
del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos
convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida
más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando
la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo
sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del
corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el
vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina
con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz
que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un
amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos
del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
José Antonio Pagola
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