
Una convicción que, en la visión del Papa Francisco, se
basa en la «disciplina de la paciencia» y en el trabajo paciente de una
diplomacia lejana de «recriminaciones recíprocas, críticas inútiles y
demostraciones de fuerza», como había destacado ante las autoridades políticas
coreanas ya a su llegada el jueves 14 por la mañana. Sin olvidar que en un
mundo cada vez más globalizado la paz pasa también a través de un desarrollo
económico a la medida del hombre, atento a los más vulnerables y capaz de poner
un freno al «espíritu de competición desenfrenada —adviritió en la misa de la
solemnidad de la Asunción—
que genera egoísmo y hostilidad».
A este compromiso el Pontífice llama a los cristianos a
dar una aportación original, a través de un «testimonio profético» en beneficio
de toda la sociedad. Y así a los obispos coreanos recordó que la Iglesia debe huir de la
tentación del «bienestar espiritual» que aleja a los pobres de sus puertas. Y a
los prelados del continente le presenta una iluminadora lección de diálogo,
invitándoles a no «esconderse detrás de respuestas fáciles, frases hechas,
leyes y reglamentos» sino a acercarse a los demás con espíritu libre y abierto.
Teniendo bien presente que los cristianos no actúan como «conquistadores» sino
deseando caminar junto a cada hombre para mostrar que la unidad —como recordó a
los jóvenes protagonistas de la sexta jornada de la juventud asiática en el
santuario de Solmoe— «no destruye la diversidad sino que la reconoce, la
reconcilia y la enriquece».
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