Para Corea, que desde hace más de sesenta años vive «una
experiencia de división y de conflicto», y para toda Asia, el Papa Francisco ve
en el horizonte «nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro y de superación
de las diferencias». Y así, como conclusión de su tercer viaje más allá de los
confines italianos, lanza un mensaje que une realismo y esperanza: incluso
cuando toda perspectiva humana parece «imposible, irrealizable y, quizás, hasta
inaceptable» —asegura durante la misa celebrada en la catedral de Seúl el lunes
18 de agosto, por la mañana, poco antes de dejar Corea para regresar al Vaticano—
es posible experimentar que «el perdón es la puerta que conduce a la
reconciliación» que «supera toda división, sana cualquier herida y restablece
los lazos originarios del amor fraterno».
Una convicción que, en la visión del Papa Francisco, se
basa en la «disciplina de la paciencia» y en el trabajo paciente de una
diplomacia lejana de «recriminaciones recíprocas, críticas inútiles y
demostraciones de fuerza», como había destacado ante las autoridades políticas
coreanas ya a su llegada el jueves 14 por la mañana. Sin olvidar que en un
mundo cada vez más globalizado la paz pasa también a través de un desarrollo
económico a la medida del hombre, atento a los más vulnerables y capaz de poner
un freno al «espíritu de competición desenfrenada —adviritió en la misa de la
solemnidad de la Asunción—
que genera egoísmo y hostilidad».
A este compromiso el Pontífice llama a los cristianos a
dar una aportación original, a través de un «testimonio profético» en beneficio
de toda la sociedad. Y así a los obispos coreanos recordó que la Iglesia debe huir de la
tentación del «bienestar espiritual» que aleja a los pobres de sus puertas. Y a
los prelados del continente le presenta una iluminadora lección de diálogo,
invitándoles a no «esconderse detrás de respuestas fáciles, frases hechas,
leyes y reglamentos» sino a acercarse a los demás con espíritu libre y abierto.
Teniendo bien presente que los cristianos no actúan como «conquistadores» sino
deseando caminar junto a cada hombre para mostrar que la unidad —como recordó a
los jóvenes protagonistas de la sexta jornada de la juventud asiática en el
santuario de Solmoe— «no destruye la diversidad sino que la reconoce, la
reconcilia y la enriquece».
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