El Verbo de Dios,
incorpóreo, incorruptible e inmaterial vino a nuestro mundo, aunque tampoco
antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía
de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.
Pero él vino por su benignidad
hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. [...] Tomó para sí un cuerpo
como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en
hacerse simplemente visible. En efecto, si tan solo hubiese pretendido hacerse
visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él
tomó nuestro mismo cuerpo.
En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es
decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a
conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de
cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la
muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin
límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la
ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la
muerte en el cuerpo del Señor; y así ya no le quedó fuerza alguna para
ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de
nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los
llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el
cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que
la paja es consumida por el fuego. [...]
La corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno
sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.
Fuente: News:va
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