Recordando que «los discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras», en la cita mariana dominical, el Papa Francisco destacó dos elementos del Evangelio de este segundo Domingo de Cuaresma: «subida» y «bajada». Reflexionando sobre la Transfiguración y el lugar donde se produce este evento, puso de relieve que «la montaña representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor».
«¡Pero no podemos quedarnos ahí!», enfatizó el Obispo de Roma, haciendo hincapié en que el encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Y habiendo sido consolados nosotros mismos, consolarlos a ellos.
Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes – reiteró el Papa Bergoglio, invitando a encomendarnos a nuestra Madre María, para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna.
(CdM - RV)
Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo a la Madre de Dios
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Hoy, el Evangelio nos presenta el evento de la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, y la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17, 1). La montaña representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor. Allá arriba en la montaña, Jesús se presenta a los tres discípulos transfigurado, luminoso; y luego aparecen Moisés y Elías, conversando con Él. Su rostro es tan resplandeciente y sus vestiduras tan blancas, que Pedro queda deslumbrado hasta querer quedarse allí, casi como para detener ese momento. Pero enseguida resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo muy querido, diciendo: «Escúchenlo» (v. 5).
Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, los discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús, tenemos que seguirlo, tal como hacían las multitudes en el Evangelio, que lo reconocían por las calles de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, que proponía sus enseñanzas a lo largo de las calles, recorriendo distancias no siempre previsibles y, a veces algo incómodas.
De este episodio de la Transfiguración, quisiera señalar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y bajada. Tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio - de subir a la montaña - para reencontrarnos con nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor.
¡Pero no podemos quedarnos ahí! El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Pero, si no hemos estado con Dios, si nuestro corazón no ha sido consolado ¿cómo podremos consolar a otros?
Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes - llamados a sumergirse en medio de las necesidades del Pueblo de Dios, acercándose con afecto y ternura, especialmente a los más débiles y pequeños, a los últimos. Pero para cumplir con alegría y disponibilidad esta obra pastoral, los Obispos y los sacerdotes necesitan las oraciones de toda la comunidad cristiana.
Dirijámonos ahora a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna.
(traducción del italiano: Cecilia de Malak - RV)
«¡Pero no podemos quedarnos ahí!», enfatizó el Obispo de Roma, haciendo hincapié en que el encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Y habiendo sido consolados nosotros mismos, consolarlos a ellos.
Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes – reiteró el Papa Bergoglio, invitando a encomendarnos a nuestra Madre María, para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna.
(CdM - RV)
Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo a la Madre de Dios
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Hoy, el Evangelio nos presenta el evento de la Transfiguración. Es la segunda etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, y la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17, 1). La montaña representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el lugar de la oración, donde estar ante la presencia del Señor. Allá arriba en la montaña, Jesús se presenta a los tres discípulos transfigurado, luminoso; y luego aparecen Moisés y Elías, conversando con Él. Su rostro es tan resplandeciente y sus vestiduras tan blancas, que Pedro queda deslumbrado hasta querer quedarse allí, casi como para detener ese momento. Pero enseguida resuena desde lo alto la voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo muy querido, diciendo: «Escúchenlo» (v. 5).
Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, los discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y se toman en serio sus palabras. Para escuchar a Jesús, tenemos que seguirlo, tal como hacían las multitudes en el Evangelio, que lo reconocían por las calles de Palestina. Jesús no tenía una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, que proponía sus enseñanzas a lo largo de las calles, recorriendo distancias no siempre previsibles y, a veces algo incómodas.
De este episodio de la Transfiguración, quisiera señalar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y bajada. Tenemos necesidad de apartarnos en un espacio de silencio - de subir a la montaña - para reencontrarnos con nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor.
¡Pero no podemos quedarnos ahí! El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y a volver hacia abajo, a la llanura, donde nos encontramos con muchos hermanos abrumados por fatigas, injusticias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que están en dificultad, estamos llamados a brindarles los frutos de la experiencia que hemos vivido con Dios, compartiendo con ellos los tesoros de la gracia recibida. Pero, si no hemos estado con Dios, si nuestro corazón no ha sido consolado ¿cómo podremos consolar a otros?
Esta misión concierne a toda la Iglesia y es responsabilidad en primer lugar de los Pastores – obispos y sacerdotes - llamados a sumergirse en medio de las necesidades del Pueblo de Dios, acercándose con afecto y ternura, especialmente a los más débiles y pequeños, a los últimos. Pero para cumplir con alegría y disponibilidad esta obra pastoral, los Obispos y los sacerdotes necesitan las oraciones de toda la comunidad cristiana.
Dirijámonos ahora a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para proseguir con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco más a «subir» con la oración y a «bajar» con la caridad fraterna.
(traducción del italiano: Cecilia de Malak - RV)
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