“La Palabra de Dios es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón”. El Santo Padre partió de esta consideración para desarrollar su homilía, subrayando que para acoger verdaderamente la Palabra de Dios tenemos que tener una actitud de “docilidad”. “La Palabra de Dios - observó – es viva y por eso viene y dice aquello que quiere decir: no aquello que yo espero que diga o aquello que yo quiero que diga”. Es una Palabra “libre”. Y es también “sorpresa, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas”. Es “novedad”:
“El Evangelio es novedad. La Revelación es novedad. Nuestro Dios es un Dios que siempre hace las cosas nuevas y pide de nosotros docilidad a su novedad. En el Evangelio, Jesús es claro en esto, es muy claro: vino nuevo en odres nuevas. El vino lo trae Dios, pero debe ser recibido con apertura a la novedad. Y esto se llama docilidad. Podemos preguntarnos: ¿soy dócil a la Palabra de Dios o hago siempre aquello que yo creo sea la Palabra de Dios? ¿O hago pasar la Palabra de Dios por un alambique y al final es otra cosa con respecto a aquello que Dios quiere hacer?”.
Si hago esto, agregó el Papa, “termino como el pedazo de tela nuevo sobre el vestido viejo, y el remendón es peor”. Y evidenció que “aquello de adecuarse a la Palabra de Dios para poder recibirla” es “toda una actitud ascética”:
“Cuando quiero tomar la electricidad de la fuente eléctrica, si el aparato que tengo no es adecuado, busco un adaptador. Debemos buscar siempre adaptarnos, adecuarnos a esta novedad de la Palabra de Dios, estar abiertos a la novedad. Saúl, precisamente el elegido de Dios, ungido de Dios, había olvidado que Dios es sorpresa y novedad. Había olvidado, se había cerrado en sus pensamientos, en sus esquemas, y así razonó humanamente”.
El Papa reflexionó sobre la Primera Lectura, recordando que, al tiempo de Saúl, cuando uno vencía una batalla tomaba el botín y con parte de él se cumplía el sacrificio. “Estos animales tan bellos – afirma Saúl – serán para el Señor”. Pero, constató Francisco, él “razonó con su pensamiento, con su corazón, cerrado en sus costumbres”, mientras “nuestro Dios, no es un Dios de costumbre: es un Dios de sorpresas”. Saúl “no obedeció a la Palabra de Dios, no fue dócil a la Palabra de Dios”. Y Samuel le reprochaba justamente esto, “le hace sentir que no ha obedecido, no ha sido siervo, ha sido señor, él. Se ha adueñado de la Palabra de Dios”. “La rebelión, no obedecer a la Palabra de Dios – remarcó el Obispo de Roma – es pecado de adivinación”. Y agregó: “La obstinación, la no docilidad a hacer lo que tú quieres y no aquello que quiere Dios, es pecado de idolatría”. Y esto, prosiguió, “nos hace pensar” sobre “qué cosa es la libertad cristiana, qué cosa es la obediencia cristiana”:
“La liberad cristiana y la obediencia cristiana son docilidad a la Palabra de Dios, es tener aquel coraje de convertirse en odres nuevos, para este vino nuevo que viene continuamente. Este valor de discernir siempre: discernir, digo, no relativizar. Discernir siempre qué cosa hace el Espíritu en mi corazón, qué cosa quiere el Espíritu en mi corazón, a dónde me lleva el Espíritu en mi corazón. Y obedecer. Discernir y obedecer. Pidamos hoy la gracia de la docilidad a la Palabra de Dios, a esta Palabra que es viva y eficaz, que discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón”. (RC-RV)
No hay comentarios:
Publicar un comentario