Después de esto considera cómo fue quitado aquél santo
cuerpo de la cruz y recibido en los brazos de la Virgen.
Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo
fuertemente en sus pechos, para sólo esto le quedaban fuerzas; mete su cara
entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la
cara de la Madre con la sangre del Hijo y riégase la del Hijo con las lágrimas
de la Madre.
¿Cómo no hablas ahora, Reina del cielo? ¿Cómo han atado
los dolores vuestra lengua? La lengua estaba enmudecida, mas el corazón allá
dentro hablaría con entrañable dolor al Hijo dulcísimo y le diría:
Hijo mío, ¿Qué haré sin ti? ¿Adónde iré? ¿Quién me remediará? Los padres y los hermanos afligidos venían a rogarte por sus hijos y por sus hermanos difuntos, y tú, con tu infinita virtud y clemencia, los consolabas y socorrías. Mas yo que veo muerto a mi hijo, y a mi padre, y mi hermano y mi Señor, ¿a quién rogaré por Él? ¿Quién me consolará? ¿Dónde está el buen Jesús Nazareno, Hijo de Dios vivo, que consuela a los vivos y da vida a los muertos? ¿Dónde está aquel grande Profeta poderoso en obras y palabras?
¡Oh dulcísimo hijo mío! ¿qué haré sin ti? Ya no limpiaré
tu rostro asoleado y fatigado de los caminos y trabajos. Ya no te veré más
sentado a mi mesa comiendo y dando de comer a mi alma con tu divina presencia.
Ya no me veré más a tus pies oyendo las palabras de tu dulce boca. Fenecida en
ya mi gloria; hoy se acaba mi alegría y comienza mi soledad.
Cómo dura poco la alegría en la tierra y se siente mucho
el dolor después de mucha prosperidad! ¡Oh Belén y Jerusalén, cuán diferentes
días he llevado en vosotros! ¡Qué noche fue aquella tan clara y qué día este
tan oscuro! ¡Qué rica entonces y qué pobre ahora!
¡Oh ángel
bienaventurado!, ¿dónde están ahora aquellas tan grandes alabanzas de la
antigua salutación? Entonces me llamaste llena de gracia; ahora estoy llena de
dolor. Entonces, bendita entre las mujeres; ahora, la más afligida entre las
mujeres. Entonces dijiste: El Señor es contigo; ahora también está conmigo, mas
no vivo, sino muerto, como lo tengo en mis brazos.
¡Oh muerte!, ¿por qué eres tan cruel que me
apartas de aquel en cuya vida está la mía? Más cruel eres a las veces en
perdonar que en matar. Piadosa fuera para mí si nos llevaras a entrambos; mas
ahora fuiste cruel en matar al hijo y más cruel en perdonar a la madre.
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