lunes, 4 de marzo de 2013

El Sacramento de la Penitencia


El grito de Cristo sigue vivo hoy como hace 2000 años: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1,15).

La escucha de esa invitación se concreta de modo particular en un sacramento que tiene un papel clave para la vida cristiana: el sacramento de la penitencia.

Lo explicaba el Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado el 9 de marzo de 2012. Tras preguntarse en qué sentido la confesión sacramental es el camino para la nueva evangelización, respondía:

"En primer lugar, porque la nueva evangelización toma su linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino diario de conversión personal y comunitaria para conformarse de modo cada vez más profundo a Cristo. Y existe una estrecha trabazón entre santidad y sacramento de la reconciliación, testimoniada por todos los santos de la historia".

En la confesión, continuaba el Papa, "el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado, abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo".

Desde la renovación que produce la gracia es posible vivir y transmitir el Evangelio. Lo había dicho ya el beato Juan Pablo II, en la Carta apostólica "Novo millennio ineunte" (n. 37), al recordar cómo el sacramento de la penitencia permite redescubrir el rostro misericordioso de Cristo. Lo repite su sucesor, Benedicto XVI, que no duda en gritar, en el discurso antes citado: "Por lo tanto, ¡la nueva evangelización inicia también desde el confesionario!"

Son palabras que muestran la urgencia de una pastoral más viva, más convencida, más creyente, de un sacramento que permite el encuentro entre la necesidad del hombre herido por el pecado y la gracia salvadora de un Dios que busca a cada uno de sus hijos. Son palabras que abren un horizonte magnífico a la nueva evangelización, que será posible sólo desde corazones convertidos y curados gracias a ese milagro de la misericordia que se produce en cada confesión bien hecha.

P. Fernando Pascual

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