Estamos en cuaresma, época apropiada para una verdadera conversión.
Dios desea fervientemente que nos convirtamos, que seamos
uno de sus conversos. No sólo quiere que aprendamos,
sino que también practiquemos su forma de vida; quiere
que nos comprometamos sincera y completamente con él.
Si voluntariamente deseamos seguir sus instrucciones, él
promete ayudarnos. Por medio de su Espíritu nos dará el
poder para que sea una realidad lo que nos dice en Efesios
4:24: “Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad”. Su propósito es cambiarnos,
convertirnos desde adentro, desde el corazón.
Cuando alguien se dirigió a Jesucristo como “Maestro
bueno”, él le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno
hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:16-17). Lo que quiso
decir Jesús fue que Dios es la única fuente de carácter justo,
no que algún aspecto de su propio carácter no fuera bueno.
Tú bien sabes, Señor, cuáles son los defectos que debo corregir. Se bien, Señor, que mi salvación esta en juego, y no puedo seguir llevando esta vida estéril. Por eso, en esta cuaresma quiero hacer una decisión firme, sincera, de cambiar mis actitudes negativas para llenarme de los frutos positivos que tú esperas en mí. Se que cuento con tu gracia, Señor. Por eso estoy seguro que este año será grande en mi historia personal, para gloria tuya.
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