domingo, 5 de agosto de 2012

Señor, ¡sálvame!

Cuando hayamos aguantado las largas horas de noche oscura que sobrevienen en los momentos de prueba, el Hijo de Dios se acercará a nosotros caminando sobre las olas y nos dirá inmediatamente; ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!.

Es posible que estas palabras que nos dan seguridad hagan surgir en nosotros un Pedro en camino hacia la perfección que baje de la barca, seguro de haber escapado de la prueba que le sacudía.  Al principio, su deseo de salir al encuentro de Jesús le hará caminar sobre las aguas. Pero estando su fe poco segura y dudando de sí mismo, se dará cuenta de la fuerza del viento, tendrá miedo y empezará a hundirse.

Sin embargo, saldrá de ese peligro porque lanzará a Jesús este gran grito: Señor, ¡sálvame!. Entonces, el Verbo extenderá la mano para socorrerle, reprochándole su poca fe y sus dudas. Seguidamente, Jesús y 
Pedro volverán a subir a la barca, el viento amainará y los pasajeros, comprendiendo de qué peligro han sido salvados, adorarán a Jesús diciendo: Realmente eres Hijo de Dios. Estas palabras las dicen tan sólo los discípulos próximos a Jesús en la barca.
ORÍGENES

¡Cuántas veces pedimos ayuda al Señor!. A menudo nos sentimos fuertes, porque Jesús está con nosotros, sabemos que nos quiere y nos protege. Pero pasa el tiempo y no hay solución a nuestro problema, entonces empezamos a dudar, nuestra fe se debilita y entonces hay que gritar con todas nuestras fuerzas: "Señor, ¡sálvame!". Sálvame de mis dudas, ayúdame en seguir creyendo que tú me ofreces lo que más me conviene. ¡Gracias Padre!

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