Jesús contrapone la actitud de quien se afana por el dinero y las cosas de aquí abajo, con la de quien vive desprendido y confiado en la providencia de Dios. Aquellos al poner sus esperanzas e ilusiones en el mundo y sus cosas viven en el ansia y la intranquilidad. Esto es porque en último término los éxitos y satisfacciones, tan anhelados, vienen determinados por factores que no siempre pueden controlar. ¿Quién puede predecir el futuro siempre incierto?
Hay bienes tan frágiles como la salud, tan inexplicables como el amor o la amistad sincera. Aspectos, éstos últimos, que son decisivos para la felicidad humana. Además la fugacidad de la vida limita las satisfacciones que estos bienes nos reportan... Desde este punto de vista ¡qué pobres parecen estas aspiraciones! En cambio, los otros, logran superar esa visión materialista para alcanzar, una dimensión espiritual.
Seguir el consejo de Jesús no es fácil, pero reporta tranquilidad, paz y verdadera alegría interior. Saberse en las manos de un Padre bondadoso que nos invita a no preocuparnos de las cosas de este mundo, es una seguridad mejor fundada que las mejores predicciones de negocios. Esto no significa que debemos negar el valor a las cosas de este mundo, pues a todos nos son necesarias. Sin embargo, podemos discernir, con ayuda de Dios, dónde, cuando y cómo poner los cauces a todo ello. Si lo primero en nuestra vida son las cosas de Dios, seguimos viviendo en el mundo, pero todo lo que hagamos será con la intención de construir el Reino, de ayudar a los hermanos y de ganarlos para Cristo con nuestro testimonio, y no por afanes o lucros personales. Además, según la misma promesa, todos los demás bienes se nos darán por añadidura: ¡Lo ha prometido Cristo!
De Catholic.net
Para que reflexionen
ResponderEliminarEl amor excesivo a las riquezas es otro de los obstáculos principales en el camino de la perfección evangélica. Y así lo repiten los santos Padres, fieles a la Escritura. Según San Agustín, el amor desordenado a las riquezas constituye un gran veneno para la caridad, y por tanto, arruina la perfección, ya que desapareciendo la caridad, se viene abajo también el edificio de la perfección (De div. quæst. 36,1).
El amor de las riquezas contraría tanto la vida y el crecimiento de la caridad porque, de hecho, 1º lleva consigo muchas preocupaciones para conseguirlas y conservarlas; 2º implica un temor grande a perderlas; y 3º ocasiona grandes tristezas cuando se pierden. Y todas éstas son agitaciones turbulentas y penosas, que no pueden convivir con el ejercicio de la caridad y de las virtudes.II,259 El amor a las riquezas, como una y otra vez advierte la Escritura sagrada, quita la paz interior del alma, se opone a la perfección, y pone en peligro la felicidad eterna: