Antonio, el octogenario al que voy a visitar, no para de llorar mientras su hija intenta consolarlo. Al verme, se me acerca y me dice: «Desde ayer, que le tuvimos que decir que le tienen que amputar la pierna, se ha venido abajo y no para de llorar». Con el Señor en el bolsillo de mi bata y apretando más fuerte el porta viril en mi mano, le pido que me ayude a consolar al triste. Me acerco a la cabecera de la cama para saludar a Antonio y no hace falta preguntar el motivo de su angustia. No para de contar su historia personal: lo joven que conoció a su mujer, que ahora está enferma en casa, y lo mucho que les quieren sus hijos, que no les dejan solos ni un momento, lo mucho que han trabajado en la vida…, todo lo cuenta sin dejar de suspirar, insistiendo en qué va a hacer ahora sin su pierna.
Observando el mucho cariño que manifestaba por su familia le dije: «Antonio, si tuvieras que elegir una sola cosa… ¿con qué te quedarías, con tu pierna enferma o con el amor de tus hijos? Respondió: «Sin duda elegiría el cariño de mis hijos». Cuántas alabanzas dedicó a sus dos hijas y a su hijo, pero como si despertara de un sueño volvió a llorar y a lamentar el que le quitaran su piernita.
Antonio sabía que su pierna gangrenada le había dejado tres meses en cama, pero aun así, él esperaba que su pierna sanase y poder atender a su mujer sin ser ambos una carga para sus hijos. Pero Antonio y yo sabíamos que su dolor era el fruto del recuerdo de su pasado, de todo lo vivido y recorrido con sus dos piernas. Me dijo que ya era muy mayor para afrontar un futuro teniendo que depender del amor de sus hijos. Estaba triste porque no sabía si sabría aceptar que le amaran tanto; él había nacido para dar la vida por sus hijos y ahora dependería de ellos para vivir.
Le agarré la mano, después de darle la comunión, diciéndole: «Antonio, no serás ninguna carga para tus hijos porque el amor que tú le diste, como dice el Evangelio de la samaritana, es como un surtidor que hace que necesiten dar todo ese amor que tienen dentro. Siéntete orgulloso de tus hijos y disfruta de lo mejor que tienes, porque el Amor no pasa nunca».
Manuel Lagar
Capellán del hospital de Mérida
Capellán del hospital de Mérida
Alfa y Omega
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