Celebro con ustedes el primer domingo de la Palabra: la Palabra de Dios hace el arder el corazón (cf. Lc 24,32), porque nos hace sentir amados y consolados por el Señor. También Nuestra Señora de San Lucas, el evangelista, puede ayudarnos a entender la ternura materna de la palabra "viva", y al mismo tiempo "aguda" como en el Evangelio de hoy: de hecho, penetra en el alma (Efesios 4:12) y saca los secretos y las contradicciones del corazón.
Hoy, nos apela a través de la parábola de los dos hijos, que ante el pedido del padre de ir a su viña responden: El primero no, pero luego va; el segundo sí, pero luego no va. Hay, sin embargo, una gran diferencia entre el primer hijo, que es perezoso, y el segundo, que es hipócrita. Intentemos imaginar lo que pasó dentro de ellos. En el corazón del primero, después de decir no, resonaba aún la invitación de su padre; en cambio en el segundo, a pesar del “sí”, la voz de su padre fue enterrada.
Pecadores en camino y pecadores sentados
El recuerdo del padre levantó al primer hijo de la pereza, mientras que el segundo, que tenía una buena predisposición contradijo "el decir con el hacer". De hecho, se había convertido enimpermeable a la voz de Dios y de la conciencia, que de esta forma había abrazado sin problemas la dualidad de la vida. Jesús con esta parábola pone dos caminos por delante de nosotros, que como experimentamos, no siempre estamos dispuestos a decir sí con palabras y obras, porque somos pecadores. Pero podemos elegir entre ser pecadores en camino, que permanecen escuchando al Señor y cuando caen se arrepienten y se levantan, como el primer hijo; o ser pecadores sentados, listos para justificarse siempre y sólo en palabras según aquello que les conviene.
Estas palabras Jesús las dirije a algunos jefes religiosos de aquel tiempo, que se parecían al hijo de la “doble vida”, mientras que la gente común normalmente se comportaba como el otro hijo. Estos jefes sabían y explicaban todo, en un modo formalmente intachable, como verdaderos intelectuales de la religión. Pero no tenían la humildad de escuchar, el coraje de preguntarse, ni la fuerza de arrepentirse. Y Jesús es muy severo: dice que incluso los publicanos les preceden en el Reino de Dios. Es una reprensión fuerte, porque los publicanos eran los corruptos traidores de la patria. ¿Cuál era entonces el problema de estos jefes? No estaban equivocados en el concepto, sino en el modo de vivir y pensar delante de Dios: eran, en palabras y con los otros, custodios inflexibles de las tradiciones humanas, incapaces de comprender que la vida según Dios es “en camino” y requiere la humildad de abrirse, arrepentirse y recomenzar.
La palabra clave es "arrepentirse"
¿Qué nos dice ésto a nosotros? Que no existe una vida cristiana con reglas fijas, construida científicamente en la cual basta con cumplir algunas normas para tranquilizar la conciencia: la vida cristiana es un camino humilde de una conciencia que nunca es rígida y siempre está en relación con Dios, que sabe arrepentirse y confiarse a Él en su propia pobreza, sin presumir nunca de bastarse por sí misma.
Así se superan las versiones revisadas y actualizadas de aquel mal antiguo, denunciado por Jesús en la parábola: la hipocresía, la doble vida, el clericalismo que se acompaña del legalismo, el alejamiento de la gente. La palabra clave es arrepentirse: es el arrepentimiento lo que permite no endurecerse, el transformar un no a Dios...en un sí, y el sí al pecado...en un no por amor al Señor. La voluntad del Padre, que cada día delicadamente habla a nuestra conciencia, se cumple sólo en la forma del arrepentimiento y de la conversión continua. En definitiva, en el camino de cada uno hay dos caminos: ser pecadores arrepentidos o ser pecadores hipócritas. Porque lo que cuenta no son los razonamientos que justifican e intentan salvar las apariencias, sino un corazón que avanza con el Señor, que lucha cada día, se arrepiente y regresa a Él. Porque el Señor busca a los puros de corazón y no a los "puros por fuera".
Buscar el encuentro hacia un nuevo equilibrio
Veamos ahora, queridos hermanos y hermanas, que la Palabra de Dios excava en profundidad, “discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón” (Eb 4, 12). Pero es también actual: la parábola nos llama incluso a pensar en las relaciones, no siempre fáciles, entre padres e hijos. Hoy en día, a la velocidad con la que se pasa de una generación y a la otra, se advierte con mayor fuerza la necesidad de autonomía del pasado, a veces hasta llegar a la rebelión. Pero después de los encierros y los largos silencios de una parte a la otra, es bueno recuperar el encuentro, aunque sea vivido entre conflictos ya que estos pueden convertirse en estímulo de un nuevo equilibrio. Como en la familia, así en la Iglesia y en la sociedad: nunca renunciar al encuentro, al diálogo, a la búsqueda de nuevas vías para caminar juntos.
Las tres "P" como referencia en el caminar cristiano
En el camino de la Iglesia surge a menudo la pregunta: ¿hacia dónde caminar, cómo caminar hacia adelante? Quisiera dejarles como conclusión de esta jornada, tres puntos de referencia , tres “P”: La primera es la Palabra, que es la brújula para caminar en la humildad, para no perder el camino de Dios y caer en la mundanidad.
La segunda es el Pan, el pan eucarístico, porque en la Eucaristía comienza todo. Es en la Eucaristía donde se encuentra la Iglesia: no en las habladurías y murmullos, sino aquí, en el Cuerpo de Cristo compartido por gente pecadora y con necesidad, pero que se siente amada y por tanto desea amar. De aquí se parte y nos reencontramos cada vez; este es nuestro inicio irrenunciable del nuestro ser Iglesia. Lo proclama “ad alta voce”, el Congreso Eucarístico: la Iglesia se congrega así, nace y vive en torno a la Eucaristía, con Jesús presente y vivo para ser adorado, recibido y compartido cada día.
Por último, la tercera P: los Pobres. Aún hoy, lamentablemente muchas personas carecen de lo necesario. Pero también hay tantos pobres de afecto, personas solas, y pobres de Dios. En todos ellos encontramos a Jesús, porque Jesús en el mundo ha seguido el camino de la pobreza, del anulamiento, como dice San Pablo en la segunda lectura: “Jesús se abaja a sí mismo asumiendo una condición de siervo”(Fil 2,7). De la Eucaristía a los pobres, vamos a encontrar a Jesús. Ustedes han reproducido la frase que el cardenal Lercaro amaba ver puesta en el altar: “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartir el pan de la tierra?”. Nos hará bien recordarlo siempre. La Palabra, el Pan y los Pobres: pidamos la gracia de no olvidarnos nunca de estos alimentos- base, que sostienen nuestro camino.
(SL-RV)
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