jueves, 19 de octubre de 2017

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (11,47-54)





Cuando un cristiano se convierte en discípulo de la ideología, ha perdido la fe y ya no es discípulo de Jesús. Y el único antídoto contra tal peligro es la oración.
“Ay de vosotros, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido”. En esto podemos ver la imagen de una iglesia cerrada en la que la gente que pasa delante no puede entrar, y de donde el Señor que está dentro no puede salir. De aquí la referencia a esos cristianos que tienen en su mano la llave y se la llevan, no abren la puerta; o peor, se detienen en la puerta y no dejan entrar.

¿Pero cuál es la causa de todo ello? La falta de testimonio cristiano, que se presenta aún más grave si el cristiano en cuestión es un sacerdote, un obispo, un Papa. Por lo demás, Jesús es muy claro cuando dice: “Id, salid hasta los confines del mundo. Enseñad lo que yo he enseñado. Bautizad, id a las encrucijadas de los caminos y traed a todos dentro, buenos y malos”. Así dice Jesús. ¡Todos dentro!

En el cristiano que asume esta actitud de “llave en el bolsillo y puerta cerrada” existe todo un proceso espiritual y mental que lleva a que la fe pase por un alambique transformándola en ideología. Pero la ideología no convoca. En las ideologías no está Jesús. Jesús es ternura, amor, mansedumbre, y las ideologías, de cualquier sentido, son siempre rígidas. Se corre el riesgo de hacer al cristiano discípulo de esta actitud de pensamiento antes que discípulo de Jesús.

Por ello sigue siendo actual el reproche de Cristo: Vosotros os habéis llevado la llave del conocimiento, pues el conocimiento de Jesús se ha transformado en un conocimiento ideológico y también moralista, según el mismo comportamiento de los doctores de la ley que cerraban la puerta con tantas prescripciones. 

Hay al respecto otra advertencia de Cristo —contenida en el capítulo 23 del Evangelio de Mateo— contra escribas y fariseos que lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros. Es precisamente a causa de estas actitudes que se desencadena un proceso por el que la fe se convierte en ideología ¡y la ideología espanta! La ideología expulsa a la gente y aleja a la Iglesia de la gente.

Es una enfermedad grave ésta de los cristianos ideólogos; una enfermedad no nueva. Ya había hablado de ello el apóstol Juan en su primera carta, describiendo a los cristianos que pierden la fe y prefieren las ideologías: su actitud es hacerse rígidos, moralistas, “eticistas”, pero sin bondad. 

Entonces es necesario preguntarse qué provoca en el corazón de ese cristiano, de ese sacerdote, de ese obispo, o de ese Papa una actitud así. La respuesta es sencilla: Ese cristiano no reza. Y si no hay oración, se cierra la puerta. 

Así que la llave que abre la puerta a la fe es la oración. Porque cuando un cristiano no ora, su testimonio es soberbio. Y él mismo es un soberbio, es un orgulloso, es uno seguro de sí, no es humilde. Busca la propia promoción. En cambio, cuando un cristiano ora, no se aleja de la fe: habla con Jesús.

Pero el verbo “orar” no significa “decir oraciones”, porque también los doctores de la ley decían muchas oraciones, pero sólo para hacerse ver. En efecto, una cosa es orar y otra es decir oraciones. En este último caso se abandona la fe, transformándola precisamente en ideología moralista y sin Jesús.

Quienes oran como los doctores de la ley reaccionan de igual modo cuando un profeta o un buen cristiano les reprocha, utilizando el mismo método que se usó contra Jesús: “Al salir de allí los escribas y los fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarle con alguna palabra de su boca”. Porque estos ideólogos son hostiles e insidiosos. ¡No son transparentes! 

Pidamos al Señor la gracia de no dejar nunca de orar para no perder la fe y de permanecer humildes a fin de no transformarse en personas cerradas que cierran el camino al Señor.

(De la homilía en la Misa Matutina en Santa Marta, 17 de octubre de 2013)

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