Con 20 años, su pueblo y el de Perugia entraron en guerra. Él salió a combatir por su ciudad y cayó preso. Pasó un año en la cárcel. Fue en su periodo de reclusión cuando empezó su transformación. Se dio cuenta de que no podía seguir con la vida que llevaba. Al salir de la cárcel, regresó a Asís, se compró los utensilios militares más lujosos, y marchó de nuevo a combatir por su ciudad. De camino a la guerra se encontró con un pobre soldado desarmado. Le regaló todo su equipo recién comprado. Esa noche sintió en sueños que volvía a tener las mejores armaduras, mejores que las que él había comprado y que luego había regalado al pobre soldado; eran unas armaduras para enfrentarse a los enemigos del espíritu.
Volvió a Asís y cayó enfermo. Oyó una voz que decía: «¿Por qué dedicarse a servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?» Francisco cambió de vida. Dejó de salir con sus amigos y se volvió silencioso y reflexivo. La gente pensaba que estaba enamorado y él contestaba que así era, estaba enamorado «de la novia más fiel y más pura y santificadora que existe». Francisco se había enamorado de la pobreza, de la misma pobreza de Jesús.
De eremita a apóstol
En 1209, Francisco se sintió llamado a la evangelización y el eremita se convirtió en apóstol. Llevó el Evangelio más allá de las tierras cristianas. Intentó convertir a Malek-aL-Kamil que controlaba los santos lugares. El sultán quedó impresionado de sus palabras, no se convirtió pero permitió a Francisco visitar tierra santa.
José Calderero @jcalderero
Alfa y Omega
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