Acorralado en su santuario del noreste del país, Boko Haram se sirve de tribus musulmanas para expandir su persecución a los cristianos por el resto del país
«Los terroristas entraron en casa. A mi marido le ataron por no querer aprender árabe. Y cuando se negó a convertirse al islam le cortaron la cabeza», cuenta Esther. Al de Rose «le dispararon en la frente mientras lo veíamos mis hijos y yo. Les había dicho que nació cristiano y moriría cristiano». Agnes no pudo enterrar al padre de sus nueve niños, asesinado en la construcción donde trabajaba, porque «los terroristas no permitieron que nadie recuperara los cadáveres. Dejaron que los cuerpos se pudrieran allí mismo».
Esther, Rose y Agnes, cuyos testimonios ha recogido Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), son tres de las 5.000 cristianas de la diócesis de Maiduguri a las que la Boko Haram ha dejado viudas; una mínima muestra del rastro de muerte y destrucción que ha dejado en el noreste del país una organización leal al Daesh y que, según estimaciones del Gobierno del estado de Borno, ha causado unas 100.000 muertes y dos millones de desplazados. Por estos tristes méritos, Nigeria ocupó en 2016 el tercer puesto –detrás de Irak y Afganistán– del Ranking Global de Terrorismo del Instituto para la Economía y la Paz.
En los últimos años, se ha visto con optimismo un notable repliegue de los terroristas. Han contribuido a ello las luchas intestinas por el liderazgo en su seno, así como una coalición regional en la que participan Níger, Chad y Camerún, fronterizos con Nigeria. La llegada al poder, en 2015, del presidente Muhammadu Buhari también ha sido clave. «Aunque todavía hay ataques dispersos, en este último año están más controlados y su actividad se ha reducido –cuenta a Alfa y Omega el padre Peter Morba, director del único proyecto de los salesianos en el norte del país–. Un gran logro del Ejército fue expulsar a los terroristas de su escondite en el bosque de Sambisa (Borno). La Administración de Buhari ha avanzado mucho porque ha fortalecido a distintos cuerpos de seguridad», cambiando a sus responsables y dotándolos de más fondos.
Un vicepresidente cristiano
Los intentos del nuevo presidente de reducir la corrupción, que también afecta al Ejército, han sido de gran ayuda. Esta epidemia no es una cuestión baladí. El presidente de la Conferencia Episcopal Nigeriana, monseñor Ignatius Ayau Kaigama, la ha calificado de «tan peligrosa» como el terrorismo, pues perpetúa la pobreza y el descontento, que son su caldo de cultivo. Frente al anterior presidente, Goodluck Jonathan, cristiano pero permisivo con esta lacra, la Iglesia mira con buenos ojos a Buhari, más firme frente a los yihadistas a pesar de ser musulmán, y que tiene un vicepresidente cristiano.
Al verse acorralado, el grupo terrorista ha incrementado sus ataques utilizando como suicidas a algunos de los cientos de niños y niñas que sigue teniendo prisioneros. En el primer trimestre de este año –ha alertado UNICEF– ocurrieron 27 ataques así, casi tantos como los 30 de todo 2016.
Además, el brazo del Daesh en Nigeria ha encontrado una correa de transmisión para seguir atacando: los fulani, una etnia de pastores musulmanes enfrentada por la tierra con tribus de campesinos cristianos, disputa similar a las que existen en otros muchos lugares de África.
Pero últimamente «se aprecia claramente en ellos una motivación anticristiana», afirma el obispo de Kafanchan, monseñor Joseph Bagobiri. Los ataques se dirigen con toda precisión contra las iglesias, casas y tiendas de los seguidores de Cristo. En su diócesis, han atacado 53 aldeas, asesinado a un millar de cristianos, herido a 500, y destrozado 2.700 edificios y 16 iglesias. El peligro es tal que a las seis de la tarde se impone el toque de queda. Los fulani –denuncia el obispo– cuentan con armas sofisticadas y financiación, procedente del grupo islamista, y con combatientes infiltrados. «Hoy por hoy, son peores» que el Boko Haram debilitado del norte, se aventura a afirmar. Por ello en marzo pidió a Ayuda a la Iglesia Necesitada que denunciara ante el mundo este nuevo terrorismo.
Con esta estrategia, Boko Haram alarga su mano hacia el centro del país, por donde pasa la línea que lo divide entre el norte, de mayoría musulmana, y el sur, fundamentalmente cristiano. El grupo busca implantar un régimen islámico en todo el territorio; algo que haría temblar todo África. Con 190 millones de habitantes, Nigeria es el país más poblado del continente. Las previsiones demográficas pronostican que de aquí a 2050 pasará de ser el séptimo mundial al tercero. Tiene, además, la mayor reserva petrolífera del África subsahariana.
Misión bajo la sharía
Sin embargo, Boko Haram no es la única amenaza para los cristianos. En 12 de los 19 estados del norte rige la sharía y el control islámico es asfixiante, aunque no haya yihadistas. Es el caso del estado de Níger, donde desde 2015 viven el salesiano Peter Morba y su comunidad de Kontagora. Ya han construido una pequeña escuela para niños y jóvenes, y dan clases de alfabetización básica en 25 poblados cercanos. Algunas autoridades musulmanas los han acogido con tolerancia, cediéndoles tierras siempre que las usen solo para educación, no para evangelizar. Otros líderes y vecinos han sido claramente hostiles. «Un musulmán –cuenta– nos denunció ante el tribunal de la sharía por una disputa por unas tierras, pero apelamos, alegando que al ser cristianos esa corte no nos podía juzgar».
«El proselitismo está prácticamente prohibido –continúa el salesiano–. Si lo haces, pueden quemarte la iglesia o matarte». Hace dos años, un misionero fue secuestrado, y la catedral y residencia sacerdotal de Kontagora, donde están, quemada. Asimismo, la vida del musulmán que se convierte está en grave peligro. Con todo, a pesar de que su testimonio es, a la fuerza, silencioso, en solo dos años algunos musulmanes ya han querido convertirse. «La mayoría han huido a ciudades grandes del sur, como la capital, Abuja, o Lagos».
María Martínez López
Alfa y Omega
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