«Estoy conmovido», confesó el viernes el Papa Francisco al escuchar el testimonio de cuatro personas en un encuentro de reconciliación nacional con seis mil víctimas de la violencia que ha ensangrentado Colombia los últimos 52 años.
Deisy relató que fue reclutada a los 16 años por los paramilitares de Autodefensas Unidas de Colombia. A los 19 fue arrestada y tras dos años de cárcel empezó a estudiar Psicología. Ahora ayuda a víctimas de la violencia.
También tenía 16 años Juan Carlos cuando fue enrolado por las FARC y perdió una mano preparando explosivos. Llegó a comandante, pero «con el tiempo me sentí frustrado y utilizado». Logró salir de la guerrilla al cabo de 12 años.
Francisco le dijo que la reconciliación requiere «asumir la verdad», como «contar a las familias lo ocurrido con sus parientes desaparecidos» o «confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los grupos violentos».
También afirmó que «en la regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse».
Pastora relató que había descubierto a uno de los asesinos de su hijo cuando, unos días después atendió a un muchacho herido y lo instaló en la cama del chico: «el joven vio sus fotos y me contó que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo».
La vida de esa mujer refleja la tragedia de Colombia. Cuando tenía seis años, su padre fue asesinado. Después lo serian también su marido y dos hijos.
En su respuesta, Francisco la animó a «romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso solo es posible con el perdón y la reconciliación».
Luz comentó que había perdido el uso de una pierna por la bomba que casi mata también a su hija de 7 meses, «y al inicio sentía rabia y rencor, pero después he descubierto que si me limitaba a transmitir este odio, creaba más violencia todavía».
El Papa reconoció con ella que, efectivamente, «las heridas del corazón son más profundas y difíciles de curar que las del cuerpo, pero lo más importante es que te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor».
El encuentro era diálogo y también plegaria «a los pies del Cristo negro de Bojayá», que perdió piernas y brazos por la bomba que mató en 2002 a decenas de personas refugiadas en la iglesia.
Por la mañana, Francisco había celebrado una misa para cuatrocientas mil personas en la llanura de Villavicencio, uno de los territorios más golpeados, en la que beatificó a dos mártires: el obispo Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el ELN en 1989, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, víctima de la violencia política de 1948.
Según el Papa, «cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz».
Por eso «es necesario que algunos se animen a dar el primer paso, sin esperar que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza!»
Juan Vicente Boo. Enviado especial a Colombia (ABC)
Alfa y Omega
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