Todos conocemos bien la parábola de Jesús sobre aquel hombre que edificó su casa sobre arena, en vez de hacerlo sobre roca. Cuando soplaron los vientos, se derrumbó, y su ruina fue grande. Dios es la roca sobre la que estamos llamados a construir. Él nos lo dice y nos pregunta: «¿Hay un dios fuera de mí?» (Is 44,8).
Cuando Jesús resucitado afirma en el Evangelio: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca. No hay otro fuera de Él. Como único Salvador de la humanidad, quiere atraer hacia sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, para poder llevarlos al Padre. Él quiere que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.
Este es el encargo que el Señor nos da a cada uno de nosotros. Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida.
Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía.
Que Jesús, el Buen Pastor, la roca sobre la que construimos nuestras vidas, los guíe a ustedes y a sus familias por el camino de la bondad y la misericordia, todos los días de sus vidas... «Estén firmes en la fe. No tengan miedo». «Porque ustedes pertenecen al Señor».
(De la homilía del 26 de noviembre de 2015)
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