miércoles, 31 de mayo de 2017

"Sueño con una Iglesia en la que mujeres y hombres podamos participar desde la vocación que tengamos"

 Este fin de semana, la Asociación de Teólogas Españolas celebra las jornadas "Mujeres y diaconado. Sobre los ministerios en la Iglesia". La presidenta de la Asociación, Silvia Martínez Cano, compartió con RD su convicción de que la Iglesia "necesita una reconversión, hacia una flexibilidad mayor", y no solo en cuanto a la visibilidad de las mujeres. "Desde esa perspectiva de entender que la unidad no significa uniformidad", matiza, "sino la unidad de la diversidad".
Nos encontramos con Silvia Martínez Cano. Es la presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE).  Bienvenida. Teólogas, con "a".
Sí, con "a".
Vamos a eliminar esos prejuicios antes de comenzar la entrevista, ¿te parece? Teólogas suena un poco raro porque nos parece que teólogo tiene que ser un varón. Muchas cosas en la Iglesia parece que son solo propiedad de los hombres. ¿Por qué surge esta asociación de teólogas y cuándo? 
Llevamos mucho tiempo caminando. A raíz del Concilio Vaticano II, en España empiezan a haber grupos de mujeres creyentes que quieren poner en práctica lo que se invita en el concilio. Surgen estos grupos, que son madres de familia que hablan de temas teológicos. 
En el año 92, en un grupo de mujeres que están en distintos lugares del estado, surge la necesidad de hablar desde un punto de vista teológico. De modo que la presencia en la reflexión teológica también esté visibilizada: las mujeres, su pensamiento y su forma de vivir la fe.
Se constituye entonces una asociación civil, que sería la Asociación de Teólogas Españolas, a las que hoy estoy aquí representando. Es una asociación (que como he dicho cumplió este año cinco de trayectoria), donde hay doctoras en teología, licenciadas, y donde nuestro objetivo es visibilizar el trabajo que hacemos: la forma de entender la fe, de entender la práctica creyente y comunitaria y animar a otras a que lo vayan haciendo.
A veces es mayor la presencia de mujeres en la Escuela de teología y en ese tipo de estudios.
Bueno, empieza a crecer.
Antes era como el coto reservado para aquellos que luego quieren llevar una vida religiosa.
Empieza a haber laicas, yo lo soy. Y muchas religiosas, que sus congregaciones han tomado la decisión de que se tienen que formar como un elemento fundamental también del carisma. Con lo que comienza a haber una presencia pequeña pero constante, en las distintas instituciones, facultades de teología, institutos, etc.
Y no solo estamos hablando de teología de la mujer, sino de mujeres que hacen teología. De teólogas. No acortemos el debate a que las mujeres teólogas solo pueden hablar del papel de la mujer en la Iglesia.
No, normalmente somos especialistas en muy diversos campos; en Biblia, en Fundamental, algunas en Mística... Abarcamos la gran mayoría de las especialidades que hay de la teología y hablamos de otras cosas que no tienen nada que ver con las mujeres; también hablamos de Iglesia, de Dios, y de otras muchas cosas.
Y, sin embargo, aunque parezca una incongruencia mi siguiente pregunta, desde la institución sí que parece que estáis un poquito constreñidas o que el papel de la mujer, a la hora de tomar decisiones o de opinar sobre cuestiones teológicas, es muy minoritario.
Normalmente no nos tienen en cuenta. No es una asociación que esté vinculada a ninguna diócesis ni nada porque no cuentan con nosotras en muchas ocasiones y tenemos una presencia muy pequeña. Sabes que la forma de organización de la Iglesia no permite en estos momentos que nosotras participemos en lugares de
responsabilidades.
Otro tipo de responsabilidades sí tenemos. Y muchas. Pero no son lugares en los que se tenga en cuenta el trabajo que hacemos.

¿Cuál es el camino ideal que habría que recorrer para asumir la realidad, que es que en la Iglesia hombres y mujeres somos igualmente seguidores de Jesús y copartícipes y corresponsables de la religión del Reino?

A veces se dice, en estos últimos años de cambio de pontificado, de que hay que hablar de la participación de las mujeres en la Iglesia. Y ya no hay que hablar de ella porque ya se participa. La cuestión es el modo y el dónde. Desde ahí, hacer un diálogo de cómo son nuestras relaciones eclesiales, cómo son nuestros modelos comunitarios, y cómo se reparten las tareas. Y cómo ejercitamos el poder, entendido como servicio, en nuestras comunidades. 
Si quieres, también como un ministerio ordenado. Cómo entender eso para una comunidad que necesita de todos sus miembros para crecer, para florecer, para vivir una espiritualidad que esté viva, etc.
Porque la respuesta bienintencionada de la institución, por lo menos en España, era que la mayoría de las personas que participa en la vida de la Iglesia son mujeres y como ejemplo el de la Virgen María, de co-redentora y muy importante en la historia de la vida de la Iglesia, pero ahí nos quedamos. 

El papel de la Virgen es fundamental, pero no es el de un discípulo, ni el de un pastor; de una persona que puede, como seguidor de Jesús, tener idénticas responsabilidades o las funciones que toquen en cada momento.

Pero fíjate que no nos comparan con Febe o con Prisca; mujeres que estuvieron los primeros tiempos de las que tenemos documentación y que están estudiadas porque aparecen en los Hechos de los apóstoles. 

Hubo mujeres que fueron líderes de sus comunidades y no nos comparan con ellas ni con María, sino que nos comparan con "el rol de María" de maternidad. Esta es una concepción que hay que ir trabajando y transformando, porque María no es solo madre, también es la primera discípula, y personalmente hace una conversión de madre a discípula que es lo que nos sirve como modelo. 

Hay una teóloga norteamericana, Elisabeth Schüssler Fiorenza, que dice que esta cuestión del discipulado tiene que ser un discipulado de iguales porque en el contexto de Jesús, Jesús pide y desea un discipulado igual y hay mujeres y hombres en su grupo liderante. Esto existe, está en los Evangelios. No tenemos todos sus nombres, porque tampoco le importaba mucho este detalle al escritor de los Evangelios.

Y probablemente para que el Evangelio pasara por unos determinados filtros, tenían que tener en cuenta las circunstancias de la época: si la igualdad hoy, por desgracia no es una realidad, en la Palestina del siglo I, probablemente tampoco. Para ese contexto, Jesús fue revolucionario también. 

Desde el seguimiento de Jesús, al menos desde el Vaticano II, se nos pide una revisión de nuestro tiempo: ver los signos. 

Y los signos son esta contraculturalidad que tiene la comunidad cristiana en la que todos somos iguales, hijos e hijas de Dios. Y esto nos lleva a una forma de vivir diferente.

Lo lógico es, por tanto, que fuéramos signo. Ser signo significa que todos participemos de igual manera.

Y dar pasos adelante que no se han dado. ¿Lo ves posible?

Yo creo que sí es posible. De hecho, no esperábamos que hubiera estos cambios tan rápidos en la actualidad. Pienso que hay una voluntad de cambio en la que muchas de nosotras estamos dispuestas a participar y a dialogar, pero el camino no es fácil porque tenemos una herencia que nos habla de otras cosas que, a lo mejor, ahora no necesitamos.



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