viernes, 26 de mayo de 2017

Monseñor Aguirre acoge a 2.000 musulmanes: «La situación puede volver a estallar»


«Los musulmanes alojados en la catedral están traumatizados por el asesinato de su imán. Pero han encontrado esperanza gracias al apoyo de monseñor Aguirre. Si no hubiera sido por el obispo español, todos habrían sido asesinados. La Iglesia católica ha dado ejemplo del amor de Dios», dice a Alfa y Omega el portavoz del Colectivo de Musulmanes Centroafricanos
«Aquí estamos todos con las botas puestas. Estos días son cruciales». Cuando monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, habla con Alfa y Omega, esta ciudad de 35.000 habitantes al sur de la República Centroafricana vive un impasse después de los dramáticos acontecimientos de la semana pasada. La catedral, el seminario menor y hasta la casa del propio obispo acogen a 2.000 musulmanes, convertidos en refugiados en su propia ciudad tras el ataque de grupos de autodefensa antimusulmanes. Dos representantes del Gobierno visitaron la zona el martes para tomar una decisión. «Es excesivo dejar a tantas personas en el seminario. Pero parece ser que no quieren montar un campo de refugiados», cuenta el obispo cordobés, misionero comboniano.
El rebrote de la violencia en la República Centroafricana ha causado 11.000 desplazados en los últimos tres meses. Pero ahora «todo el país, sobre todo las zonas con más musulmanes, tienen su mirada puesta en Bangassou. Si mueren o hieren a muchos musulmanes, podría volver a estallar la situación en zonas que costó muchísimo aplacar [tras la guerra civil de 2013-2014]. Por ejemplo, el barrio PK5 de Bangui, donde está la mezquita que el Papa Francisco tuvo el coraje de visitar. Podrían pensar incluso en atacar Bangassou», añade el prelado.
El obispo, escudo humano
El 13 de mayo unos 2.300 hombres bien armados y organizados llegaron a la ciudad. Se definían como un grupo de autodefensa. Mayoritariamente cristianos, decían plantar cara a la violencia que desde comienzos de año siembra en la zona un grupo escindido de las milicias seleka, formadas sobre todo por musulmanes. «Estos grupos de autodefensa meten a todos los musulmanes en el mismo saco, y se han mostrado igual de criminales que los otros», lamenta Aguirre.
Los milicianos atacaron Tokoyo, un barrio musulmán. Sus habitantes buscaron refugio en la mezquita central, y comenzó el asedio. Al día siguiente, monseñor Aguirre se dirigió allí para negociar con los milicianos y proteger a los asediados. «Hice de escudo [humano] muchas horas. Nadie me disparó. Pero a los musulmanes les disparaban como a conejos», contó luego.
El presidente de la Conferencia Episcopal Centroafricana, el cardenal Dieudonné Nzapalainga, se desplazó hasta Bangassou el día 15 para prestar su apoyo. También una fuerza de intervención rápida de soldados portugueses reforzó durante unos días a los cascos azules de la MINUSCA, la misión de Naciones Unidas en la República Centroafricana. Cuando por fin evacuaron la mezquita y llevaron a quienes estaban en ella al seminario, el saldo según Cruz Roja era de más de cien muertos. Entre ellos, el imán.
«He hablado con los musulmanes que están en el seminario y están traumatizados por las masacres y especialmente por el asesinato de su líder –relata a Alfa y Omega Farah Mahamat, portavoz del Colectivo de Musulmanes Centroafricanos–. También el cardenal Nzapalainga estaba conmovido. Acababa de hablar con el imán, se fue a renegociar con los asediadores, y entonces se enteró de que había muerto. Dijo a la gente que esperara en oración y creyera en Dios».
En los últimos días, sus correligionarios «han encontrado esperanza gracias al apoyo material y psicológico de monseñor Aguirre, que estaba incluso dispuesto a sacrificarse para salvarlos. Dicen que si no hubiera sido por él, todos habrían sido asesinados. La Iglesia católica ha dado ejemplo del amor de Dios».
Desde el miércoles, monseñor Aguirre se esfuerza por atender a sus 2.000 huéspedes con la ayuda de la Iglesia local, de varias ONG y de la ONU. Alterna esta actividad con intervenciones en la radio llamando a la convivencia, y con el diálogo a tres bandas: con los milicianos, para que depongan las armas; con los cascos azules de la ONU, para evitar acciones que eleven el miedo y la tensión; y con los propios musulmanes, para ayudarlos a discernir su futuro.
«Sería un fracaso que los musulmanes se fueran»
Los grupos de autodefensa aseguran que no abandonarán la ciudad hasta que todos los seguidores del islam se hayan ido. «Algunos quieren quedarse, porque han nacido aquí. Otros quieren marcharse definitivamente», explica monseñor Aguirre. «Han perdido todo, han quemado sus casas, sus tiendas… Pero sería un fracaso enorme que se fueran. Desde que llegué aquí hace 35 años, Bangassou ha sido una sociedad pluricultural y plurirreligiosa».
Durante la guerra, Bangassou «fue una isla en medio del mar –explica Miguel Aguirre, hermano del obispo y presidente de la Fundación Bangassou–. Los conflictos se solucionaban sin violencia en los grupos de intermediación que creó [el obispo] con evangélicos y musulmanes. Observadores de la ONU quisieron verlo por si se podía reproducir en otros sitios».
Ahora, de nuevo, grupos llegados de fuera amenazan este trabajo al que tantos esfuerzos han dedicado tanto los líderes cristianos como musulmanes. Pero ellos siguen insistiendo en que «esta no es una guerra religiosa –afirma Mahamat–. Quienes fueron a matar a los musulmanes no lo hacían en nombre del cristianismo o de Jesús. Los dos grupos armados quieren manipular el conflicto haciendo creer que es religioso, pero eso es falso. No quieren que musulmanes y cristianos convivan, crean caos y más caos para saquear y apoyar sus movimientos rebeldes. Esta guerra es política y no se parará pronto. Es una guerra instrumentalizada por el control del poder y la riqueza».
María Martínez López
Alfa y Omega

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