sábado, 8 de abril de 2017

COMENTARIO DE SAN JUAN PABLO II AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (11,45-57)




Jesucristo es el Redentor del mundo mediante su muerte en cruz... Al profesar esta fe, conmemoramos la muerte de Cristo, también como un evento histórico, que, como su vida, conocemos por fuentes históricas seguras y autorizadas...

¿Cómo se llegó a la muerte de Jesús de Nazaret?... El Evangelista Marcos, describiendo el proceso de Jesús ante Poncio Pilato, anota que fue "entregado por envidia" y que Pilato era consciente de este hecho. "Se daba cuenta... de que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia" (Mc 15, 10). 

Preguntémonos: ¿por qué esta envidia? Podemos encontrar sus raíces en el resentimiento, no sólo hacia lo que Jesús enseñaba, sino por el modo en que lo hacía. Si, según dice Marcos, enseñaba "como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mc 1, 22), esta circunstancia era, a los ojos de estos últimos, una "amenaza" para su prestigio...

De hecho, sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años, tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo desde el monte "sobre el que estaba situada su ciudad...". "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se marchó" (Lc 4, 29-30).

Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades. Recordemos las principales. Cuando Jesús hace entender que tiene el poder de perdonar los pecados, los escribas ven en esto una blasfemia porque tan sólo Dios tiene ese poder (cf. Mc 2, 6). Cuando obra milagros en sábado, afirmando que "el Hijo del hombre es Señor del sábado" (Mt 12, 8), la reacción es análoga a la precedente. 

Ya desde entonces se deja traslucir la intención de dar muerte a Jesús (cf. Mc 3, 6): "Trataban... de matarle porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a Sí mismo igual a Dios" (Jn 5, 18). ¿Qué otra cosa podían significar las palabras: "En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera Yo soy?" (Jn 8, 58). Los oyentes sabían qué significaba aquella denominación "Yo soy". Por ello Jesús corre de nuevo el riesgo de la lapidación. Esta vez, por el contrario, "se ocultó y subió al templo" (Jn 8, 59).

El hecho que en definitiva precipitó la situación y llevó a la decisión de dar muerte a Jesús fue la resurrección de Lázaro en Betania. El Evangelio de Juan nos hace saber que en la siguiente reunión del sanedrín se constató: "Este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación". 

Ante estas previsiones y temores Caifás, Sumo Sacerdote, se pronunció con esta sentencia: "Conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación". (Jn 1, 47-50). El Evangelista añade: "Esto no lo dijo de su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos". Y concluye: "Desde este día, decidieron darle muerte" (Jn 11, 51-53).

Juan, de este modo, nos hace conocer un doble aspecto de aquella toma de posición de Caifás. Desde el punto de vista humano, que se podría más precisamente llamar oportunista, era un intento de justificar la decisión de eliminar un hombre al que se consideraba políticamente peligroso, sin preocuparse de su inocencia. 

Desde un punto de vista superior, hecho suyo y anotado por el Evangelista, las palabras de Caifás, independientemente de sus intenciones, tenían un contenido auténticamente profético referente al misterio de la muerte de Cristo según el designio salvífico de Dios.

... En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación.

...La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.

(San Juan Pablo II, catequesis del 28 de septiembre de 1988)

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