domingo, 5 de marzo de 2017

"Desde hace 4 años los mismos violentos que te cosieron a latigazos, se ensañan sobre mi pueblo"

Me paro a mirar de frente el Cristo flagelado de la Veracruz de Rute, provincia de Córdoba. Navego en sus ojos. ¿Qué estarás pensando, Cristo mío, con esa mirada perdida, el cuerpo cosido a verdugones y una silenciosa súplica saliendo como una burbuja de tus labios? Me quedo callado e intento descifrar ese lamento mudo. Dejo en blanco mi mente. Como dice El santo cura de Ars: "cierra tu mente, cierra tu boca y abre tu corazón".
Esa mirada profundamente triste tiene mucho de memoria: ¿Qué estas recordando? Acabas de pasar la agonía del Huerto, el beso contaminado de Judas, el juicio inicuo de Pilatos y te han llevado al horrible suplicio de la flagelación. Es como si tus ojos se volvieran al pasado. Porque antes de la noche oscura hubo la Cena, la pascua, la Eucaristía, el gozo y el misterio compartido, tu mejor regalo. Tal vez tus ojos miren hacia atrás, algunas horas antes, memoria viva de pan roto y compartido, el milagro asombroso del Dios hecho pan para ser comido. Ya era noche.
Noche de alegría en la cena pascual, de cantos enraizados en la historia, de contemplación del pan del cielo... hasta que algo se rompió. Algo fue mal y rompió el encanto. Y la angustia emponzoñó esa noche única en la historia. ¿Estabas pensando en esto, Cristo de la Veracruz, la mirada desencajada y una súplica callada en tus labios yertos?
Recuerdo el principio de la segunda oración eucarística que leemos solo los curas: "La noche en que fue librado, tomó pan... lo partió y lo dio a sus discípulos..." Quizás pensabas en cómo en una sola frase pueden caber dos extremos tan alejados. Noche y pan. Traición y Eucaristía. Gozo y violencia salvaje. ¿En eso pensabas, Jesús? Cuando Juan vio salir a Judas del Cenáculo, vio "que era de noche". La noche en que fuiste traicionado fue una noche de apostasía y de venganza, de un entorno que se degrada a trozos, de lazos de amor que se rompen, de descomposición subterránea, de una comunidad que salta en pedazos, de palabras de perjurio, de disimulos y gestos clandestinos. La noche de las 30 monedas, de la negación errática de Pedro. Noche donde todos se esconden y te dejan solo, noche de la sangre derramada sobre la piedra del Getsemaní. Noche de derrota como colofón de un maravilloso regalo del cielo. Noche y pan del cielo, la noche de la Eucaristía.
Como tu, Cristo mío, hemos vivido noches parecidas en Centroáfrica, país olvidado que, dicen, no aparece ni en los GPS, noches de cuchillos rotos y de hachas de guerra, noches de agresiones y de pagar con sangre falsas facturas que otros gastaron. Desde hace 4 años los mismos violentos que te cosieron a latigazos, se ensañan sobre mi pueblo. Entonces mi mirada se encuentra con la tuya, Cristo de la Veracruz y te entiende. Miro como tu, mi pasado reciente y veo noches sin luna, noches de ráfagas de metralleta y violaciones en masa, noches de expolio y asesinatos, noches de miedo. Y no solo en Centroáfrica.

Nunca hemos conocido tanta violencia diseminada por cientos de lugares del planeta, como un nuevo holocausto que se está librando en el 2017 en que vivimos. Un holocausto que toca mujeres y niños, adultos y ancianos, culpables e inocentes, en Siria, en Afganistan, en Yemen, en Lesbos, en Libia o en Nigeria. Miles de Inmigrantes indocumentados, que no clandestinos, familias enteras huyendo de la guerra, atravesando el Sahara o el mediterráneo para escapar de la miseria, golpeados por los mismos latigazos que entonces cruzaron tu espalda y derramaron la sangre de tu cuerpo sobre las losas del Pretorio.
II.- No te he quitado la vista de encima. Mis ojos siguen clavados en los tuyos. Y pienso entonces que tal vez, la zozobra que sigo viendo en ellos es porque también miras adelante, no solo para atrás, imaginando todo lo que aún te espera por vivir: amanecer teñido de rojo, Anas, Caifás y Herodes trío de infames vendidos al mejor postor, Ecce homo pantomima del payaso, y el terrible Via Crucis.
Como cada viernes de cuaresma, los fieles de la Catedral de Bangassou se reúnen a las 15'00h (más o menos, cuando el sol está a una cierta altura y declinando...) para empezar el viacrucis. De la 7ª a la 14ª estación, es subida continua, que algunos hacen de rodillas. Es un pueblo angustiado por la macabra presencia de la LRA (los asesinos de Joseph Kony) en toda la región, unos fieles asustados por la presencia de una rama Seleka muy radical y violenta (los Peuls Mbororos), extremistas islámicos que merodean por los pueblos y aldeas de toda la diócesis.
Se juntan para revivir la pasión de Jesús, porque ya no nos queda más que eso, rezar. Tus ojos ya imaginan el horror de la pasión, de la cruz a cuestas, el encuentro con tu madre, las tres caídas. La subida al Calvario ya se refleja en tu rostro después de la flagelación, antesala del viacrucis.
Un día conté como una comunidad cristiana, rezando el viacrucis, escapó de un atentado en el mercado, en un pueblo 40% cristiano al norte de Nigeria, Djakana. El Boko-Haram quiso destruirlos con una bomba atada al pecho de una niña kamikaze drogada, pero ellos estaban en la 7ª estación, "Jesús cae por segunda vez", llegaron tarde al mercado y salvaron la vida.
A mí me gusta recitar el viacrucis todos los días del año (más o menos) porque me sintoniza al instante con el sufrimiento de tanta gente esparcida por todos los rincones de la tierra. Me decía mi padre Maestro hace 40 años: si estás contento piensa en Jesús multiplicando el pan y los peces; si estás triste piensa en el Jesús atado a la columna... No creo ser demasiado pesimista para pensar que hoy día, tal y cómo está el mundo, no hay mil razones para estar contentos. El mundo parece desgarrarse en cientos de pedazos y el volumen de sufrimiento del hombre de hoy, sobretodo en el África donde yo vivo y el Oriente Medio es para helar la sangre de las venas. Perlas de ternura fueron el Cirineo, la Verónica o las mujeres de Jerusalén. Gotas de cariño en un océano de acidez. Cristo atado a la columna, Cristo de la Veracruz: ¡lo que te queda aún por vivir!

(Juan José Aguirre, obispo de Bangassou)

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