«Cuando Dios perdona, su perdón es tan grande que es como si “olvidase”». Así, «una vez que estamos en paz con Dios por su misericordia», si le preguntáramos al Señor: «Pero, ¿te acuerdas de esa cosa fea que he hecho?», la respuesta podría ser: «¿Cuál? No me acuerdo...».
Eso es «todo lo contrario de lo que hacemos nosotros» y que surge con frecuencia de nuestras conversaciones: “Este hizo eso, hizo aquello, hizo también esto otro...”. Nosotros no olvidamos, y de muchas personas conservamos «la historia antigua, media, medieval y moderna». Y la razón está en el hecho de «que no tenemos un corazón misericordioso».
En el pasaje del Evangelio de Mateo, el protagonista es Pedro, quien «había escuchado muchas veces al Señor hablar del perdón, de la misericordia». El apóstol, evidentemente, en su sencillez no había comprendido plenamente el significado de esas palabras. Por ello «se acercó a Jesús y le dijo: “Dime, Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Te parece que hasta siete veces?”». Siete veces: tal vez le pareció haber sido incluso «generoso». Pero «Jesús lo detiene y dice: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”».
Para explicarse mejor, Jesús relata la parábola del rey «que quiso ajustar cuentas con sus siervos». A este, se lee en la Escritura, le fue presentado «uno que le debía diez mil talentos», una cantidad enorme para la cual, «según la ley de esos tiempos», se hubiese visto obligado a vender «todo, también la esposa, los hijos y los campos». Ante esta situación, el deudor «comenzó a llorar, a pedir misericordia, perdón», hasta que «su señor tuvo “compasión”».
«Compasión» es otra palabra que se aproxima fácilmente al concepto de misericordia. Cuando en los Evangelios se habla de Jesús y cuando se describe su encuentro con un enfermo, se lee, en efecto, que Cristo «tuvo “compasión” de él».
La parábola continúa con el propietario que «dejó marchar» al siervo «le perdonó la deuda». Se trataba de «una deuda grande». El siervo, en cambio, al encontrarse «con uno de sus compañeros, que tenía una pequeña deuda con él, quería mandarlo a la cárcel». Ese hombre «no había comprendido lo que su rey había hecho con él» y así se «comportó de forma egoísta». Como conclusión del relato, el rey llama al siervo al cual había perdonado la deuda y lo mandó a la cárcel porque no había sido «generoso». Es decir, no había hecho «con su compañero lo que Dios había hecho con él».
Recordemos la frase del Padrenuestro que dice: «Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Se trata de «una ecuación», o sea: «Si tú no eres capaz de perdonar, ¿cómo podrá perdonarte Dios?». El Señor «quiere perdonarte, pero no podrá hacerlo si tú tienes el corazón cerrado, y la misericordia no puede entrar».
Alguien podría objetar: «Padre, yo perdono, pero no puedo olvidar el mal que me ha hecho...». La respuesta es: «Pide al Señor que te ayude a olvidar». En todo caso, si es verdad que «se puede perdonar, pero olvidar no siempre se logra», seguramente no se puede aceptar la actitud del «“perdonar” y “me la pagarás”». Es necesario, en cambio, «perdonar como perdona Dios», quien «perdona al máximo».
«No es fácil perdonar; no es fácil»; en muchas familias hay «hermanos que pelean por la herencia de los padres y no se saludan nunca más en la vida; muchas parejas pelean y crece, crece el odio, y esa familia acaba destruida». Estas personas «no son capaces de perdonar. Y este es el mal».
Que la Cuaresma «nos prepare el corazón para recibir el perdón de Dios. Pero recibirlo y luego hacer lo mismo con los demás: perdonar de corazón». Es decir, tener una actitud que nos lleve a decir: «Tal vez no me saludas nunca, pero en mi corazón yo te he perdonado».
Es esta la mejor forma de acercarnos «a la misericordia tan grande de Dios». En efecto, «perdonando abrimos nuestro corazón para que la misericordia de Dios entre y nos perdone a nosotros». Y todos tenemos motivos para pedir el perdón de Dios: «Perdonemos y seremos perdonados».
(De la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 1 de marzo de 2016. Fuente: L’Osservatore Romano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario