jueves, 23 de febrero de 2017

COMENTARIO DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (9,41-50)





El cristiano, según la metáfora evangélica, está llamado a ser la sal de la tierra. Pero si no transmite el sabor que el Señor le ha dado, se transforma en «sal insípida», en «un cristiano de museo».

¿Cómo hacer para que la sal no se vuelva insípida? El sabor de la sal cristiana nace de la certeza de la fe, de la esperanza y de la caridad que brota de la conciencia de «que Jesús resucitó por nosotros» y nos ha salvado. 

Pero esta certeza no se nos dio simplemente para conservarla. La sal que hemos recibido es para darla; es para dar sabor, para ofrecerla. De otro modo «se vuelve insípida y no sirve». 

Pero la sal tiene también otra particularidad: cuando «se usa bien, no se percibe el sabor de la sal» misma ni altera el sabor de las cosas. «Esta es la originalidad cristiana: cuando nosotros anunciamos la fe, con esta sal», «cada uno la recibe en su peculiaridad, como los alimentos». 

Y es que la originalidad cristiana no es una uniformidad. Consiste en que cada uno sigue siendo lo que es, con los dones que el Señor le ha dado. 

Y «para que la sal no se eche a perder» hay dos métodos a seguir, «que deben ir juntos». «Primero, darla»; «se trata de la sal de la fe, de la esperanza y de la caridad: ¡darla, darla, darla!». 

El otro método implica la trascendencia, es decir la tensión «hacia el autor de la sal, el Creador»: «con la adoración al Señor, trasciendo de mí mismo al Señor; y con el anuncio evangélico salgo fuera de mí mismo para dar el mensaje». 

(De la homilía en Santa Marta el 23 maggio 2013. Fuente: L’Osservatore Romano)

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