San Cirilo (827-869) y san Metodio (817-884 u 885), hermanos eran los hijos de un importante magistrado de Tesalónica, entonces una de las ciudades más notables del Imperio bizantino, que había sido diezmado dos siglos antes de sus posesiones en Oriente Medio. Formados conforme a su rango y condición, ambos estaban proyectados para ser parte de la élite imperial.
El hermano mayor, san Metodio, empezó desempeñando el cargo de arconte -equivalente a autoridad pública- en una provincia poblada por eslavos, impregnándose de su cultura, lengua y costumbres. Sin embargo, pronto se siente atraído por la vida espiritual y decidió ingresar en una comunidad monástica del Monte Olimpo. Años después se unió a él su hermano San Cirilo -que aún se llamaba Constantino-, y que había sido educado en la corte del Emperador Miguel III, antes de ejercer como bibliotecario del Patriarca de Constantinopla.
En principio, ambos planeaban pasar el resto de sus vidas como monjes; hasta que el gobierno imperial eligió al futuro San Cirilo para llevar a cabo una misión de tipo estratégico y religioso en las costas del Mar Negro: la fe cristiana era el objetivo. Una conversión masiva de los habitantes de la zona serviría los intereses estratégicos del Imperio. Constantino cumplió el encargo con éxito. San Metodio le acompañó.
Como consecuencia, se le abrieron las puertas de los que hoy es Europa Oriental. Las de Moravia -actual República checa- fueron las primeras. Slavorum Apostoli, la encíclica que les dedicó San Juan Pablo II en 1985, recoge la petición de ayuda que formuló a la corte bizantina el príncipe Ratislao de Moravia. «Han llegado hacia nosotros numerosos maestros eslavos…Pero nosotros los eslavos no tenemos a nadie que nos guíe a la verdad y nos instruya de modo comprensible». Los dos hermanos santos entendieron que era clave evangelizar a esos pueblos en su idioma; el futuro San Cirilo, por su parte, acuñó el alfabeto que lleva su nombre.
Siempre según Slavorum Apostoli, «junto a un gran respeto por las personas y a una desinteresada solicitud por su verdadero bien, los dos santos hermanos tuvieron adecuados recursos de energía, de prudencia y celo, y de caridad, indispensables para llevar a los futuros creyentes la luz». San Cirilo logró, además, que el Papa aceptara el eslavo como lengua litúrgica.
Muerto prematuramente san Cirilo -que adoptó su nuevo y definitivo nombre la víspera de su muerte-, san Metodio tomó su relevo, con rango episcopal, durante casi dos décadas. No sin dificultades -incomprensiones, guerras…-, perfeccionó la obra. León XIII extendió su culto a toda la Iglesia y san Juan Pablo II les proclamó santos patronos de Europa, pasando a compartir esa dignidad con san Benito.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)
Alfa Y Omega
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