Nacido en Fuenllana (Ciudad Real) en 1486, la infancia de santo Tomás de Villanueva transcurrió en las calles de la vecina localidad de Villanueva de los Infantes, a la sombra de sus padres, agricultores acomodados de fe recia. En 1516 abraza la vida agustiniana, y fue prior de Salamanca, Burgos y Valladolid, y visitador y prior provincial en Andalucía y Castilla. Envió numerosos misioneros al Nuevo Mundo, y su fama de santidad hizo que Carlos V lo llamara a la Corte para ser predicador y consejero real. En 1544 fue nombrado obispo de Valencia, donde se adelantó a las reformas que luego implantaría el Concilio de Trento
La Conferencia Episcopal Española va a apoyar ante la Santa Sede la solicitud del título de doctor de la Iglesia universal para santo Tomás de Villanueva, agustino y arzobispo de Valencia. La iniciativa parte de la Fraternidad de Agustinos Españoles, que ha pedido su apoyo a los obispos para que salga adelante. Si el proceso avanza con normalidad, el Santo Padre podría declarar doctor de la Iglesia universal a santo Tomás de Villanueva en un plazo de cuatro o cinco años.
La solicitud, realizada ya desde finales del siglo XIX tanto por los agustinos como por diferentes arzobispos de Valencia, se justifica «por la vida santa y la profundidad de la doctrina» de santo Tomás de Villanueva. «En momentos en los que la Iglesia tiene necesidad urgente de dar un empuje renovado a la proclamación del Evangelio, la sana doctrina y el ejemplo de vida del padre de los pobres, que mostró con sus escritos y gestos una preferencia absoluta por las periferias de sus días, pueden ofrecer luces para el camino eclesial de hoy», dicen los impulsores de la petición, quienes destacan del santo «la influencia de su pensamiento y de su doctrina, unida al ejemplo de una vida dedicada a los pobres y necesitados».
Pobreza y misericordia
Su labor pastoral y sus exhortaciones, así como su vida personal, estaban en la misma sintonía: la pobreza y la misericordia. Ejemplo de ello son las innumerables muestras iconográficas que presentan al santo repartiendo limosna, ya desde niño, pues procedía de familia acomodada y fue enseñado por sus padres en los rudimentos de la caridad hacia el prójimo. Cuentan de él que un día repartió los pollos que tenía la casa familiar entre los pobres que llamaban a la puerta a pedir limosna; y que en más de una ocasión cambió sus ropas con ellos, llegando a casa vestido solo con harapos. Esta virtud le acompañaría toda la vida y como sacerdote solía predicar la necesidad de practicarla: «No seáis insensibles ni duros como piedras. Esforzaos en ser atentos unos con otros, de modo que os afecte la necesidad ajena y os conmueva la miseria del prójimo».
Tomás de Villanueva trataba de acomodar su predicación a los oyentes de sus días, personas de todas las edades y todos los estados de vida, dejando así un modelo de pastor que encaja con el propuesto por el Papa Francisco en Evangelii gaudium. Se abajaba hasta los destinatarios de sus sermones, no solo en el estilo sino también en el contenido. Como afirma el agustino Jaime García Álvarez, santo Tomás de Villanueva «vivió a lo largo de su vida en y desde la misericordia. Fue expresión de su vida. Y no solo se limitaba a vivir la misericordia, sino que la meditaba y la elevaba al nivel de la reflexión». Sus mismos sermones «son una limosna que ofrece a sus oyentes para ayudarles a orientar sus vidas con relación a Dios»; son «obras de misericordia expresadas en palabras».
Un obispo ejemplar
Como arzobispo de Valencia se adelantó a las reformas del Concilio de Trento, en el que no pudo participar directamente, pero sí a través de un memorándum enviado por un emisario. Antes de su llegada, Valencia era una diócesis abandonada, con un clero no demasiado ejemplar, en el que abundaba un fenómeno entonces bastante extendido: el absentismo; y un pecado también común: el amancebamiento de los clérigos. Para combatirlos no dudó en valerse de la denuncia pública y de las amenazas de excomunión, «la medicina de la Santa Madre Iglesia para curar a estos hijos enfermos», decía.
Santo Tomás entró en la ciudad a primeros del año 1545 a lomos de una mula, y su primera decisión fue hacer de su residencia un lugar más parecido a un convento que a un palacio. Después inició las visitas pastorales a las parroquias, y convocó un Sínodo con el que puso orden en la diócesis. Asimismo, se adelantó a Trento al fundar el que se considera primer y único seminario diocesano existente antes del concilio: el Colegio de la Presentación de la Bienaventurada Virgen en el Templo, figura de los seminarios que se extenderían por toda Europa años después.
En Valencia despliega todo su potencial de cristiano guiado por la gracia, como cuenta Javier Campos en su biografía del santo. Mandó publicar un edicto en todas las parroquias diciendo que cualquiera que no pudiese alimentar a sus hijos, se los dejase a él a las puertas del palacio episcopal, y él mismo los visitaba y vigilaba su educación; y cuando murió, aseguró la manutención de todos aquellos niños para los dos años siguientes. Atendía después de la Misa matutina a quienes buscaban ayuda o consejo, y varias veces se le pasó la hora de la comida en este empeño. Cada día repartía comida en el zaguán del palacio a los mendicantes… y toda esta labor la compatibilizaba con una intensa vida de oración, y también de estudio.
La unidad entre lo que vivía y lo que predicaba llegó en santo Tomás al punto de que, pocos días antes de morir, ordenó repartir por las parroquias y casas de pobres todo el dinero en efectivo que quedara en el Arzobispado. Hasta le dio su cama a uno de los empleados de la diócesis, pidiéndole después permiso para usarla hasta que muriera. Fallecía así el padre de los pobres.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
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