Flanqueado por dos niños de la diócesis de Roma, Francisco se refiere a las bienaventuranzas como «la Carta Magna del Nuevo Testamento»
El Sermón de la montaña «es la Carta Magna del Nuevo Testamento, donde Jesús manifiesta la voluntad de Dios de llevar a los hombres a la felicidad», explicó el Papa al comentar el pasaje evangélico de Mateo.
Para el Obispo de Roma, esta predicación de Jesús sigue un camino particular, que «comienza con el término “bienaventurados”, es decir, felices; y prosigue con la indicación de la condición para alcanzar esta felicidad; y concluye haciendo una promesa». El motivo de la bienaventuranza no está, aclaró, en la condición pedida, sino en la sucesiva promesa de recibirlo como don de Dios. En este sentido para ser bienaventurado, se necesita convertirse, para así estar en condiciones de recibir los dones de Dios.
El Papa se detuvo en particular en la primera bienaventuranza, «Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos». «El pobre de espíritu –aclaró– es aquel que ha asumido los sentimientos y las actitudes de los pobres que, en su condición, no se rebelan, sino saben ser humildes, dóciles, disponibles a la gracia de Dios».
«Pobreza de espíritu es sobriedad», aunque «no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día la maravilla por la bondad de las cosas, sin opacarse en el consumo voraz», que «mata el alma» y no permite a las personas alcanzar la felicidad. En cambio, «el pobre de espíritu es el cristiano que no confía en sí mismo, en sus riquezas materiales; no se obstina en sus propias opiniones, sino escucha con respeto y sigue con gusto las decisiones de los demás. ¡Si en nuestras comunidades existieran más pobres de espíritu, existirían menos divisiones, contrastes y polémicas!».
El rezo del Ángelus tenía este domingo un carácter especial, al celebrarse la ya tradicional peregrinación de la Caravana de la Paz, con chicos y chicas de la diócesis de Roma acompañados de sus padres y educadores. Un niño y una niña se asomaron con el Papa durante el rezo del Ángelus, mientras que muchos de ellos poblaban la plaza de San Pedro en esta iniciativa diocesana por la paz.
A continuación, Francisco recordó que se celebraba la Jornada mundial de los enfermos de lepra, con un llamamiento a atender a los que padecen esta enfermedad y a luchar contra la discriminación. Y volvió a manifestar su cercanía a las poblaciones del centro de Italia que han sufrido las consecuencias del terremoto. El Papa no se limitó a pedir la solidaridad de todos, sino que pidió además «por favor, que cualquier tipo de burocracia no haga que esperen y sufran más las víctimas de los terremotos».
Alfa y Omega
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