Tenemos una medicina brillante de carácter quirúrgico y cirujano, cortante, de rasga y raja. Es una terapia heroica y agresiva que convierte al paciente en un toro toreado por los toreros de Esculapio, que empero buscan la salvación del enfermo. Pero es una salvación a través de su rajadura o partición, y uno se pregunta por alternativas menos agresivas (algunos hablan de inmunoterapia) o menos heroicas. Tras larga espera temporal (el tiempo todo lo cura, en este mundo o el otro), me han rajado de arriba abajo, así que tengo cierto derecho adquirido a rajarme de todo heroísmo fútil o fatuo.
Un amigo dominico, siguiendo el ejemplo de L. Wittgenstein y otros, rehusó la operación de cáncer para aceptar su curso natural hasta el final con cuidados paliativos. Y es que la operación de cáncer resulta dura, y la quimioterapia anunciada es fuerte (espero al menos que su fogueo acalore un poco mi friolera congénita). Pero no se nos ofrecen alternativas al modelo clásico oficial, quizás porque a la mayoría de la gente se le ha inculcado el vivir a toda costa, lo cual parece un poco obsceno en cierta edad, condición y situación límite. Pero incluso algún estólido mental ha llegado a plantear la inmortalidad, abundando así en la insensatez sobrehumana.
El caso es que la gente tiene miedo a la muerte y está dispuesta a vivir a toda costa, imponiéndose la cantidad a la calidad y la vida biológica a la existencia humana. Se trata de una ideología heroica que tiene dos fundamentos extremos pero que se tocan, por una parte cierto paganismo o naturalismo algo sádico o cruel, por otra una religiosidad o sobrenaturalismo algo pacato o masoquista. Frente a ello, la filosofía nos enseña desde Sócrates y Epicuro a no temer a la muerte, que es descanso eterno, sino a morir malamente, lo cual es bien distinto.
En el fondo de la ideología heroica contemporánea está la afirmación de un ánimus masculinista, que defiende el ánimo y la lucha a lo Cid Campeador. Pero es más sensato tener ánimo, valor y miedo, así pues asumir también el ánima femenina como implicación de lo real. Un amigo me ha rogado que no le falle, pero se trata de no fallar ante uno mismo sobre la propia realidad. Yo diría que más que luchar contra la enfermedad hay que luchar con ella, al modo como Jacob lucha con el ángel terrible y no en contra, sabiendo que es mejor morirse que perder la vida en el campo de batalla. Hay que hacerse una idea de la vida y hacerse a la idea de la muerte. Pues como me decía nuestro arzobispo y antiguo compañero de estudios, quien no tiene razones para morir no tiene razones para vivir.
Se me dirá que la vida es bella, por supuesto, pero también antibella; y se añadirá retóricamente que todo el mundo es bueno, sí, y también malo. Recuerdo que cuando animaba a mi santa abuela a cumplir años, me hacía una mueca ambivalente, como diciendo sí y no. Escribo esto convaleciendo en una buena residencia, a la que sin embargo mis cofrades denominan con humor negro el Morituri e incluso Treblinka, lo que muestra irónicamente la conciencia popular sobre nuestras residencias de ancianos. Es un inframundo o mundo inferior que debemos reconvertir en intramundo o mundo interior, elevando nuestra inconsciencia colectiva a conciencia crítica y autocrítica. Resulta sintomática al respecto la actual tabuización de la muerte, hasta el punto de llamar Testamento vital a lo que deberíamos llamar sin eufemismos Testamento mortal.
Europa está replanteando la cuestión de la vida en relación con la muerte, y nosotros debemos hacernos eco de semejante problema crucial. Curiosamente la máxima aportación de Franco al respecto fue su máxima final: "Lo que cuesta morir". En efecto, veo a mi alrededor demasiada inmanencia y algún encarnizamiento terapéutico, pues yo amo la trascendencia. De todas formas, deseo agradecer aquí la ayuda terapéutica de tantas personas en hospitales en vilo y en residencias quietistas. En la pequeña biblioteca de un gran hospital encontré una obra de Aristóteles, pero resultó ser de Aristóteles Onassis, lo cual me resultó simbólico. Pues hay que tener cuidado en no pasar del humanismo de Aristóteles al tecnologismo de Onassis.
La ciencia médica está al servicio del hombre humano y no inhumano. Mas he visto demasiados muertos vivientes entre nosotros, así como algún peligro de burocratización de la muerte. El hombre no puede librar al hombre de la muerte, pero puede liberar la muerte lo mismo que la vida.
(Andrés Ortíz-Osés)
Religión Digital
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