jueves, 22 de diciembre de 2016

Alepo: «Ahora podemos dormir tranquilos»



Los cristianos de Alepo se preparan para vivir una Navidad alegre por la liberación de los barrios del este. Será una ocasión para coger fuerzas. Queda mucho por hacer para reconstruir la ciudad y, sobre todo, la confianza de sus habitantes
La catedral maronita de San Elías, en la plaza Farhat de Alepo, se llenará este domingo de gente para celebrar la Navidad. «Se ha invitado a todos los cristianos», explica el hermano marista Georges Sabé. El 26, los jóvenes «harán una procesión de coros con velas para cantar en otra plaza en la que hay varias iglesias. Llevamos años sin poder ir a estos lugares», situados en el casco histórico de la ciudad, «justo en el frente» que hasta la semana pasada separaba la parte occidental de la ciudad –en poder del Gobierno de Bashar al Asad– de la oriental, que controlaban los rebeldes. Hasta 40 facciones forman esta amalgama controlada sobre todo por grupos islamistas.
«A veces parece que en Siria siempre es invierno, pero nunca Navidad», lamentaba la semana pasada el cardenal Luis Antonio Tagle, presidente de Caritas Internacional. Estos días, en Alepo, empiezan a asomar, tímidos, los primeros árboles y luces.
La paz queda lejos aún. Pero, al menos, «podemos dormir tranquilos, sin bombardeos ni de un lado ni del otro», subraya el hermano Sabé. Para el franciscano Firas Lufti, «ha sido una liberación. Los fanáticos del este lanzaban bombas y morteros, que hacían mucho daño y causaban terror a la gente». Con los dos frailes menores de su comunidad viven, desde 2014, 20 ancianos cuya residencia fue bombardeada. También sobre su convento, frecuentado por muchos niños, jóvenes y familias por ser relativamente seguro, han caído bastantes misiles. «El 21 de mayo, uno explotó y mató a una señora». El 11 de diciembre, la casa de los jesuitas en Azezeia sufrió uno de los últimos golpes de la batalla, cuando cayeron sobre ella tres bombas, sin dejar víctimas.
Rehenes de los terroristas
En el este de la ciudad, «se sigue evacuando» a civiles y combatientes, a pesar de varios parones por brechas en el acuerdo alcanzado entre Turquía –que apoya a los rebeldes– y Rusia e Irán –pro Asad–. Se estima que unas 14.000 personas han dejado ya la zona, aislada del resto de Alepo desde 2012. «Quedan aún dos barrios» en manos de los islamistas «que tenían que ser liberados hace días –explica Sabé–. Creo que no vamos a tardar en tener la ciudad entera» reunificada.
Es hora de hacer balance: «He visitado algunas zonas evacuadas y es un apocalypse now. Ruinas, mucha destrucción…». El marista también ha hablado con algunos antiguos habitantes de esta zona, convertida en un paisaje fantasma por los bombardeos de la aviación siria y rusa. «Conocemos a familias que vinieron antes al oeste. Tenían su casita con una o dos habitaciones para ocho o nueve personas». Ahora han acogido a sus allegados del este, «y hay hasta 20 personas en una casa. Les ofrecemos comida, ropa y todo lo que necesiten. Y pensamos hacerles pasar un día con nosotros en torno a Navidad».
En sus casas, eran «rehenes» de los milicianos y «no les permitían salir. Han sufrido mucho porque les faltaba la comida y la seguridad». «Por los testimonios que conocemos, los que se quedaban en estos barrios –añade la hermana María Laudis Gloriae, de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará– pagaban un impuesto y tenían que pedir permiso para salir. Intentaban hacer vida normal, pero los últimos meses fueron muy duros. Hemos conocido familias que vivían a pocas manzanas de los combatientes y no tenían otro lugar para ir. Seguían allí, rezando para que Dios los cuidase». Un señor protegió su casa durante cuatro años, «pero al final no pudo evitar que fuera destruida», narra.
Al final, explica Sabé, «han descubierto que los islamistas habían escondido los alimentos y los medicamentos» y solo se los daban a los leales. «Eran sobre todo del Frente Al Nusra y de otro grupo, relacionado con Al Qaeda. Había muchos extranjeros». Ahora, los recién rescatados se enfrentan al recelo con el que les miran en el oeste: «No les consideran compatriotas, sino rebeldes. Pero son gente sencilla, que simplemente tenía su casa allí».
A 20 kilómetros del ISIS
En el resto de la ciudad, con el cese de los bombardeos «hay mucha calma y una cierta esperanza», continúa el hermano marista. «Se están limpiando las calles y hemos pasado por zonas a las que antes no se tenía acceso –explica la hermana María Laudis–. Pero muchas familias» que antes vivían en el este «no pueden volver. Hay miedo de que haya explosivos escondidos». El hermano Sabé cuenta que la semana pasada «una mina mató a varios niños en un parque. Hay que ser conscientes de que la guerra no ha acabado».
Por eso, es prudente dentro de la alegría. «No podemos cantar victoria, pero tampoco estamos como hace dos semanas». Aludiendo al asesinato del embajador ruso en Turquía, Andrey Karlov, en venganza por la victoria del Gobierno sirio en Alepo, lamenta que «la situación es tan complicada que no podemos» predecir qué ocurrirá. «No sabemos cómo van a reaccionar los de fuera». Como recuerda la hermana Laudis, «estamos a 20 kilómetros del ISIS. Todavía hay mucho miedo, y familias que siguen planeando irse».
Mendigar un ataúd
Los cristianos no vivían en el este, y los que estaban en la línea divisoria huyeron. Los que hay, se concentran en el oeste. En la zona de Shahbata al Jadida, donde están las Servidoras, «quedan muy pocas familias cristianas». Las que tenían más recursos «se marcharon. Los que se quedaron sobreviven gracias a la Iglesia» en barrios como Sulimaneia, Midan, Gibrail y Azizeia. Al visitarlos, «hemos tenido más contacto con la triste realidad de la guerra y a la vez con la inmensa riqueza que es tener fe. Sin ella, muchos cristianos habrían desesperado».
La guerra ha traído la pobreza a la que era capital económica de Siria. «Hay mucha miseria y poco trabajo. Imagina un padre de familia que trabajó toda su vida y de repente pierde la casa, el trabajo… El otro día estuvimos con una mujer que era la única de su casa que trabajaba y había enfermado. Un joven perdió las dos piernas porque le cayó un misil camino de la universidad, y necesita prótesis. Muchas familias necesitan comprar combustible aunque sea para tener caliente una parte de la casa. A una iglesia llegó un hombre con su bebé muerto en brazos» pidiendo «un cajón y un lugar en el cementerio».
En definitiva, queda mucho por hacer y hace falta mucha ayuda. «Reconstruir las piedras seguramente será lo más fácil. Mucho más difícil es reconstruir al hombre, que ya no confía en el otro –matiza fray Firas–. Hay que restaurar la imagen de Dios misericordioso», para limpiarla del mal uso que han hecho de ella los yihadistas. «Y hay que recuperar también la imagen de la persona humana, de las relaciones: el otro no es enemigo; es un amigo, un hermano».
En esta tarea, el hermano Sabé está convencido de que «los cristianos podemos jugar un papel importante. Estos días ya estamos hablando de perdón con la gente. Ellos expresan su miedo, pero también su deseo de pasar esta página tan negra». Los maristas apuestan por unir a la gente en iniciativas comunes. «En la educación podemos hacer mucho. Por ejemplo, ofrecer espacios para estar juntos» cristianos y musulmanes, del este y del oeste.
María Martínez López
Alfa y Omega

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