«La Iglesia no es una organización de cultura, de religión, tampoco social; no es eso. La Iglesia es la familia de Jesús. La Iglesia confiesa que Jesús es el Hijo de Dios que se hizo carne. Este es el escándalo, y por esto perseguían a Jesús». Sin la Encarnación del Verbo falta el fundamento de nuestra fe.
Los sacerdotes, los escribas y los ancianos de Jerusalén plantean esta pregunta a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto?». ¿Por qué Jesús constituía un problema? No es porque hiciera milagros, ni porque predicara y hablara de la libertad del pueblo.
«El problema que escandalizaba a esta gente era aquello que los demonios gritaban a Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el santo”. Esto, esto es el centro». Lo que escandaliza de Jesús es su naturaleza de Dios encarnado.
Y como a Él, también a nosotros «nos tienden trampas en la vida», porque lo que escandaliza de la Iglesia es el misterio de la encarnación del Verbo. También ahora oímos decir a menudo: «Pero vosotros cristianos, sed un poco más normales, como las otras personas, sensatas, no seáis tan rígidos». Detrás, en realidad, está la petición de no anunciar que «Dios se hizo hombre», porque «la encarnación del Verbo es el escándalo».
Cuando el sumo sacerdote le pregunta: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?», Jesús responde que sí e inmediatamente es condenado a muerte. «Este es el centro de la persecución». De hecho, «si nosotros nos convertimos en cristianos sensatos, cristianos sociales, de beneficencia solamente, ¿cuál será la consecuencia? Que no tendremos jamás mártires».
Al contrario, cuando afirmamos que «el Hijo de Dios vino y se hizo carne, cuando predicamos el escándalo de la cruz, vendrán las persecuciones, vendrá la cruz».
Hemos de pedir al Señor «no tener vergüenza de vivir con este escándalo de la cruz». Hemos de implorar de Dios la sabiduría, la inteligencia «para no dejarse atrapar por el espíritu del mundo, que siempre hará propuestas educadas, propuestas civilizadas». Propuestas que realmente niegan «el hecho de que el Verbo se encarnó».
(Papa Francisco, homilía en Santa Marta del 1-6-2013)
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