Las últimas estadísticas del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, con datos de 2015, nos dicen que una de cada ocho mujeres sufre alguna forma grave de maltrato. «Como Iglesia, no podemos mirar hacia otro lado», dijo este miércoles el vicario de Madrid de Pastoral Social e Innovación, José Luis Segovia, al inaugurar la jornada STOP violencia contra la mujer, organizada por el Arzobispado y la Fundación Luz Casanova.
A lo largo de toda la mañana, varias expertas de esta obra social de las Apostólicas del Corazón de Jesús abordaron en el salón de actos de Alfa y Omega diversos aspectos de un problema, sobre el que –coincidieron muchas intervenciones– existe un profundo desconocimiento dentro de la Iglesia, e incluso en ocasiones no pocas reticencias a reconocerlo, debido a que algunos lo vinculan a la llamada ideología de género. La necesidad de formación afecta tanto a la detección de casos de maltrato –que, sistemáticamente, las víctimas intentan ocultar–, como al acompañamiento posterior o a la información sobre los recursos disponibles a los que se puede derivar a estas mujeres, sabiendo que los procesos de superación de este tipo de traumas son complejos y habitualmente muy largos.
Mensaje del cardenal Osoro
Segovia trajo dos «mensajes claros y contundentes» del cardenal Osoro: «el primero es una palabra de aliento, de consuelo y de fuerza a todas las mujeres que sufren cualquier forma de humillación, vejación o maltrato, físico o psicológico». «La Iglesia de Madrid –añadió el vicario– quiere que las víctimas la sientan inequívoca, radical, afectiva y efectivamente de su lado; la Iglesia católica de Madrid toma partido de manera absoluta e incondicional por las víctimas de una insufrible y detestable violencia machista que oculta la pretensión de relaciones de dominación, cosificación y apropiación sobre las víctimas. No es ese el tipo de relación horizontal, pacífica, dialogante e igualitaria a la que nos convoca el Evangelio de Jesús; un Evangelio que denuncia a quienes pretenden imponer la lógica de la violencia».
«El segundo mensaje –prosiguió su lectura– es de felicitación y apoyo sincero a las personas, fundamentalmente mujeres y entidades que, como es el caso de la Fundación Luz Casanova, han hecho frente a esta lacra dando respuestas concretas de acogida, escucha, protección y tutela a las víctimas, creando espacios convivenciales seguros en que las mujeres maltratadas puedan recomponer su vida y la felicidad a que tienen derecho. Particularmente me ha pedido que os diga a quienes desde el Evangelio os ocupáis de esta parcela del dolor humano que la Iglesia se siente muy orgullosa de contar entre sus filas con personas de vuestra calidad humana y cristiana y del empeño de vuestra entidad y el de otras congregaciones religiosas, junto con otras instituciones civiles, por dignificar y pacificar las relaciones interpersonales según el sueño del buen Dios, particularmente entre hombres y mujeres, tiñéndolas de la cultura de un cariño autentico que no es dominación, sino el triunfo de la libertad y del respeto mutuos».
Desechar toda forma de machismo
José Luis Segovia subrayó que, en el propio seno de la Iglesia, «tenemos a no pocas mujeres maltratadas y, lo que nos ha de causar mayor escándalo, también maltratadores». Se trata de comportamientos ampliamente extendidos en la sociedad de los que ningún ámbito social se libra, añadió el vicario, que recordó una reciente investigación de la Comisión Europea en la que «se ponía de manifiesto la tolerancia de parte de la población, hombres y mujeres, hacia formas de violencia y abuso sexual contra las mujeres por el hecho de estar borrachas, llevar ropa sugerente, no decir claramente que “no” o no resistirse físicamente. Esto unido a la todavía ignorancia de las vías existentes» para abandonar relaciones de maltrato «hace de las mujeres que sufren violencia un grupo de especial vulnerabilidad».
«No podemos dejar de sentirnos concernidos», advirtió Segovia. «Tenemos que tener la valentía y coherencia de dejarnos mirar a los ojos por quienes, las más de las veces encapsuladas en una espantosa soledad vergonzante, sufren este infierno».
De entrada, es preciso reconocer que «el perfil de la víctima tiene más de que ver con su condición de mujer que con cualquier otra consideración de clase social, cultural» o del tipo que sea, puesto que la violencia machista se da en todos los extractos sociales. Y «lo peor es que estos patrones violentos, groseramente machistas, parecen estar reproduciéndose entre las generaciones más jóvenes», debido a que «el modelado social que reciben de los mayores» o de «la industria del ocio» reproduce «una cultura machista, violenta, nada empática –más bien psicopática– en la que todo se alcanza mediante el poder a toda costa y en la que todo vale para conseguir resultados a corto plazo».
El problema de la violencia doméstica es real, y «la Iglesia tiene una especial responsabilidad especial, si quiere ser un referente moral creíble en la sociedad. Lo será si caemos en la cuenta de que denunciamos la violencia contra la mujer, pero no estamos inmunizados frente a ella».
Pero «todo será poco si no nos posicionamos radicalmente del lado de las mujeres víctimas de toda forma de violencia», si sus relatos «no nos resultan absolutamente creíbles a priori» y si «no tomamos partido de manera incondicional en su favor». «No nos es lícito separarnos de su vera, no nos está permitido bajarnos de este tren en marcha» ni «apartarnos de las cruces de las mujeres que sufren sino empeñarnos con toda pasión y ternura en desclavarlas de esas cruces y en denunciar a los hombres que sin escrúpulos las han clavado en ellas».
Por ello –concluyó–, «ojalá que la Iglesia, las parroquias y comunidades cristianas sean territorio seguro para las víctimas», y «ojalá que desechemos de nuestro lado toda forma de violencia y de machismo».
Infomadrid / R. Benjumea / Foto: María Pazos
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