viernes, 4 de noviembre de 2016

La mirada de Dios hacia ti. Una mirada de amor incondicional que nunca se olvida


«El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad» (Benedicto XVI).
Se dice que los ojos son el espejo del alma. La mirada de las personas expresa muchas veces lo que viven en su interior. Miradas, a veces, vacías; miradas desinteresadas; miradas de dureza o de tristeza. Miradas profundas que nos expresan experiencias de dolor o sufrimiento; miradas de esperanza y alegría. Miradas esquivas que expresan sentimientos de culpa.
En relación con las personas a nuestro alrededor, podríamos preguntarnos: ¿Cómo reaccionamos ante las miradas de las personas? ¿Nos dejamos tocar por lo que vemos a nuestro alrededor? ¿Por qué muchas veces volteamos la mirada? Puede ser por miedo al compromiso; podría también ser por el dolor de lo que percibimos.
Cabe preguntarnos: ¿Cómo es nuestra mirada? Muchas veces buscamos la seguridad en nuestras vidas teniendo la mirada puesta en cuestiones exteriores: lo que los demás piensan de nosotros, la imagen que queremos proyectar, entre otros. No está en la mirada exterior la búsqueda de la seguridad que tanto buscamos. Es en la mirada interior. Es la mirada de amor y el percibirnos amados por otro, lo que nos da la auténtica seguridad.
Mirada divina
Existe un tipo de mirada que cuando uno la percibe en su interior, nunca olvida: la mirada divina. Es la mirada del amor incondicional de Dios que se fija en ti independientemente de lo que hayas hecho o de tus méritos. Es una mirada gratuita de amor que cuando toca nuestro corazón nunca vuelve a ser el mismo. En Dios descubrimos un amor incondicional donde cada uno redescubre su dignidad y su propia identidad. Es esa mirada interior, que se aleja de lo vano y de lo superfluo; esa mirada sencilla y penetrante que cuestiona e interpela, que en ocasiones es como un susurro que resulta ser una brisa confortante para el que busca paz o una palabra tan aguda como espada de dos filos que penetra hasta el fondo del alma.
¿Cuánto dura esa mirada? Es una mirada de amor eterno. A diferencia de las ilusiones que plantea el mundo y se acaban, la mirada de Dios permanece. Dios nos ha visto desde siempre. Somos fruto de un sueño eterno de Dios quien nos invita a cumplir una misión que tiene algo de la eternidad de Dios impresa en nuestro interior. En esa mirada está contenida la eternidad. En el momento donde la mirada de Dios y la nuestra se encuentran, se define nuestro destino eterno.
Solo dejándonos impulsar, día a día, por esa mirada no habrá tristeza, ni dolor, ni angustia que pueda resistir el ardor de ese encuentro.
¿Cómo ilumina la mirada divina mi propia mirada?
Es una mirada que quiere a través de mi pobre mirada irradiar la fuerza de su amor. La mirada de Dios sondea lo más profundo de mi interior. Es una mirada esperanzadora pues reconoce la dignidad de cada hijo. Es una mirada en la que tú reconoces algo de ti mismo, pero siempre te sobrepasa. Es una mirada que traspasa el tiempo y el espacio y por eso anticipa la gloria a la que un día participaremos si somos fieles.     
«El Salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad: de hecho, el Salmo pasa de la primera persona del singular –«a ti levanto mis ojos»– a la del plural «nuestros ojos» (Cf. versículos 1-3). Expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para difundir dones de justicia y de libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: 2ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz2 (Números 6, 25-26)» Benedicto XVI.
Artículo escrito por Carlos Muñoz.

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