lunes, 10 de octubre de 2016

HISTORIA DE JONÁS Y COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY POR SAN PEDRO CRISÓLOGO:



Queridos amigos, para comprender mejor el Evangelio de hoy, recordamos brevemente la historia de Jonás que podemos leer en la Biblia: 

El Señor ordenó a Jonás que fuera a predicar a Nínive anunciando la destrucción de la ciudad a causa de la maldad de sus habitantes. Pero Jonás, en lugar de hacer lo que el Señor le había mandado, quiso escapar de su presencia y se embarcó en una nave. 

Entonces el Señor desencadenó una tempestad tan grande que el barco estaba a punto de naufragar. Jonás, comprendiendo que era el Señor quien enviaba la tempestad por su culpa, pidió a los marineros que lo arrojasen al mar; así lo hicieron y el mar se calmó.

El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y éste permaneció en el vientre el pez tres días y tres noches, orando. Transcurrido ese tiempo, el pez arrojó a Jonás en tierra. Entonces el profeta partió hacia Nínive. Por su predicación, los ninivitas creyeron en Dios e hicieron penitencia, conviertiéndose de su mala conducta. Así, el Señor perdonó a los ninivitas y no destruyó la ciudad.

Comentario al Evangelio de San Pedro Crisólogo (Del sermón 37):

“Toda la historia de Jonás es como una prefiguración perfecta del Salvador… Jonás descendió a Joppe para subirse a un barco con destino a Tarsis; el Señor descendió del cielo a la tierra, la divinidad hacia la humanidad, el sumo poder descendió hasta nuestra miseria, para embarcarse en el buque de su Iglesia…

Jonás mismo es quien toma la iniciativa de tirarse al mar: “Tómame, dice, échame al mar”; anuncia así la Pasión voluntaria del Señor. Cuando la salvación de una multitud depende de la muerte de uno sólo, esta muerte está en las manos de este hombre que puede libremente retrasarla, o al contrario adelantarla para evitar el peligro. Todo el misterio del Señor está prefigurado aquí. Para Él la muerte no es una necesidad; depende de su libre elección. Escúchalo: “Tengo el poder de entregar mi vida, y tengo el poder de retenerla: no me la quitan” (Jn 10,18)…

He aquí, que sale de las profundidades del mar un monstruo, un gran pez se acerca que tiene que cumplir y manifestar la resurrección del Señor, o mejor dicho, engendrar este misterio. He aquí un monstruo, imagen terrorífica del infierno, que con sus fauces abiertas se lanza sobre el profeta, saborea y asimila el poder de su creador, y devorándolo come su propia incapacidad de engullir ya nunca más a nadie. 

La estancia en sus entrañas prepara la estancia del visitante de arriba: así, lo que había sido causa de desdicha se transforma en embarcación inconcebible de una travesía necesaria, guardando a su pasajero. Y después de tres días lo devuelve a la luz, para darlo a los paganos… 

Este es el signo, el único signo, que Cristo consintió a dar a los escribas y en Fariseos (Mt 12,39), con el fin de darles a entender que la gloria que ellos mismos esperaban de Cristo iba a volverse también hacia los paganos: Los Ninivitas son el símbolo de las naciones que creyeron en Él… ¡Qué felicidad para nosotros, hermanos! Lo que ha sido anunciado y prometido simbólicamente, es en realidad y con toda verdad, lo que veneramos, lo que vemos y poseemos.

Por la maldad de sus enemigos, Cristo fue sumergido en las profundidades del caos del infierno; durante tres días ha recorrido todos sus rincones (1P 3,19) . Y cuando resucitó manifestó la crueldad de sus enemigos, la propia grandeza y su triunfo sobre la muerte.

Será, pues, justo que los habitantes de Nínive se levantaran el día del juicio para condenar a esta generación, porque ellos se convirtieron por la proclamación de un solo profeta naufragado, extranjero, desconocido, mientras que la gente de esta generación, después de tantas obras admirables y prodigios, con todo el esplendor de la resurrección, no llegó a acoger la fe ni se convirtió. Rechazaron creer en el signo mismo de la resurrección”.

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