La encarnación del Verbo divino se verificó para contrarrestar la corrupción, la muerte y la envidia del diablo contra nosotros, lo que se deja conocer en los mismos sucesos. Sigue pues: «Y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años…» Dice espíritu de enfermedad, porque esta mujer sufría por la malicia del diablo. Había sido abandonada de Dios por sus propias culpas, o por el pecado de Adán, en virtud del cual el cuerpo humano ha quedado sujeto a la enfermedad y a la muerte.
Da, pues, el Señor poder al demonio sobre el cuerpo, para que los hombres, oprimidos por el peso de la adversidad, aspiren a vivir mejor. Manifiesta la clase de enfermedad, cuando dice: “«Estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.»
12-14. Manifestando el Señor que su venida al mundo destruía todas las pasiones de los hombres, curó a aquella mujer, por lo que sigue: «Al verla Jesús, la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”.» Expresión muy propia de Dios, llena de suprema majestad. Ahuyenta la enfermedad con su palabra soberana.
También le impuso las manos, como dice a continuación: «Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.» En lo cual debemos conocer que la naturaleza humana de Jesucristo estaba revestida del poder divino. Era, pues, la carne del mismo Dios y no de ningún otro, como si el Hijo del hombre existiera separado del Hijo de Dios, según han creído algunos falsamente.
Pero el jefe de la sinagoga ingrata, en cuanto vio que la mujer se enderezó con sólo el tacto del Salvador y que publicaba su magnificencia dando gloria a Dios, se llenó de envidia y reprendió el milagro, con el pretexto de defender la observancia del sábado.
Por eso sigue: «Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: “Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado.”» Exhorta a que en los demás días vean y admiren los milagros del Señor, cuando los hombres estén repartidos y consagrados a sus propias ocupaciones y no en el sábado, cuando descansan, para que no crean.
Pero di, ¿ha prohibido la ley abstenerse de obras manuales en día de sábado, incluso de las que se hacen con la palabra y la boca? Entonces, no comas, ni bebas, ni hables, ni salmodies en sábado. Y si no lees la ley, ¿de qué te aprovecha el sábado? Además, si la ley ha prohibido las obras manuales, ¿es acaso obra de mano enderezar a una mujer por medio de la palabra?
15-17. «Replicóle el Señor: “¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?”» El príncipe de la sinagoga es reprendido como hipócrita, porque mientras lleva las bestias a beber agua en sábado, no cree digna a una mujer -hija de Abraham por la fe más que por la especie- de ser libertada del lazo de la enfermedad.
Por esto dice: «Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?» Quería más bien que la mujer continuase mirando a la tierra, como los cuadrúpedos, que el que recobrase la estatura humana, con tal que Jesucristo no fuese alabado.
No les quedó, pues, qué responder y fueron, por tanto, irrebatible reprensión de sí mismos. Por lo cual sigue: «Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos.»
Mas se gozaba el pueblo, al cual favorecían estos milagros, por lo que sigue: «Mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.» La evidencia de las obras del Señor respondía a toda clase de dudas, respecto de los que no le seguían con mala intención”.
(San Cirilo, in eadem Cat. Graec)
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