Lleva años haciéndose presente en las catástrofes del mundo. Especialista en llevar consuelo a las tragedias más espeluznantes, el Padre Ángel quiso aprovechar su viaje a Roma, a la canonización de la Madre Teresa, para acercarse a Amatrice, la zona cero del reciente terremoto que sacudió el centro de Italia. Y para animar a los voluntarios de Remar que, en colaboración con Mensajeros, tiene allí montada su 'camper' desde el primer momento del seísmo.
Hay controles, como es lógico, en los accesos al pueblo. Nos dejan pasar porque vamos con David, uno de los voluntarios de Remar-Mensajeros. Me llama la atención que, cuando pasamos cerca de Rieti, la capital de la zona, no se percibe rastro alguno del seísmo. La comarca es bella, en plenos Apeninos, reluce de verdor y de vegetación en esta época del año.
Seguimos subiendo por carretera de montaña llena de curvas y llegamos a Montereale, una villa a 23 kilómetros de Amatrice, y ni rastro del terremoto. Pasamos por Aringo, a 13 kilómetros, y todo sigue incólume.
Por fin, divisamos Amatrice, en las faldas de dos impresionantes montañas. Desde la carretera se ve parte del pueblo en el fondo del valle con sus casas en pie. Solo cuando estamos entrando en la localidad, percibimos la primera señal del seísmo: el puente de los tres ojos, que cruza el río que pasa por el pueblo, se ha derrumbado. Pero los equipos de socorro italianos han levantado ya un nuevo puente, que permite cruzar el río sin problema.
Pero aún allí, a las puertas de Amatrice solo se palpa la cercanía de la tragedia por la abrumadora presencia de todo tipo de vehículos de protección civil, ambulancias, bomberos, cuerpos de seguridad, así como camiones, grúas y todo tipo de vehículos del Ejército. Hasta un helicóptero.
Aparcamos la furgoneta al lado de la Camper de Remar-mensajeros y saludamos a los voluntarios. Seguimos sin ver rastro de la tragedia. Pero no está lejos y todavía hoy, diez días después del terremoto, ha tenido que ser horrible. Se nota en la cara de pena de los voluntarios.
Guiados por ellos, nos acercamos a la zona cero, a unos 200 metros. Por el camino vemos los primeros signos de destrucción: una casa de cuatro pisos con los dos primeros destruidos y los otros dos prácticamente intactos.
Los voluntarios nos dan la primera explicación. Éste no fue un terremoto ondulatorio sino de sacudidas de abajo arriba. Por eso, se derrumbaron sobre sí mismas las construcciones cuyos cimientos fallaron. Las que aguantaron, algunas se rajaron, pero otras muchas se mantuvieron sin un rasguño. Sobre todo en la parte moderna de la localidad.
La panorámica cambia por completo en el centro del pueblo antiguo. Metido en un valle, sus casas se derrumbaron por completo. Hasta la iglesia se vino abajo y solo quedó de pie el campanario, con su reloj parado en las 3:37 de la madrugada. Y allí sigue, recordando la hora maldita.
En esta zona, que sólo nos permiten ver de lejos, la desolación es total. Las casas parecen tartas aplastadas por un gigante maligno. Algunas están absolutamente destruidas sobre sí mismas y conservan por encima de las ruinas parte del tejado y de la buhardilla.
"En esta casa perecieron aplastados una familia entera: padre, madre y dos hijos pequeños", nos cuentan los voluntarios. El padre Ángel se acerca, se agacha, señala tres peluches entre los escombros y coge un libro, un libro infantil sin tapas y con varias hojas arrancadas, y lo guarda en su bolsa de El Corte Inglés. "Son mis reliquias", dice, para explicar su gesto.
En cambio, a unos 50 metros de la zona cero, hay algunas casas colapsadas junto a otras sin apenas un rasguño. Un pabellón entero de la escuela primaria se derrumbó, mientras los otros dos aguantaron. La iglesia de San Agustín, en la parte alta del pueblo parece bombardeada: perdió parte del campanario y la zona del ábside. El resto sigue en pie, testigo mudo del dolor y la tragedia.
Han pasado 10 días de la tragedia y las televisiones siguen aquí. Tienen instalado un set improvisado en la calle para las conexiones, con la casa que sólo conserva la buhardilla de fondo. "¡Ojalá sigan aquí mucho tiempo. Mientras estén ellos, no se irán los miembros de las instituciones oficiales!", explica un voluntario de Remar-Mensajeros.
El Padre Ángel no puede menos que comparar la destrucción de Amatrice con otras catástrofes que vivió en primera persona. "Comparado con el terremoto de Haití no es nada, a pesar de ser toda una tragedia, especialmente por los casi 300 muertos. En Haití estaba todo arrasado. Hasta la catedral. La verdad es que los pobres siempre pagan más estas tragedias".
Y, cuando nos cruzamos con un grupo de voluntarios que saludan a los de Remar-Mensajeros, el Padre vuelve a comentar: "Éstos, los voluntarios, son los nuevos misioneros del siglo XXI y los que plasman en sus vidas y con sus obras la enorme solidaridad que hay hoy en la sociedad". De hecho, nos cuentan que, tras el terremoto, se lanzó una campaña solidaria por sms y, en sólo una semana, se recogieron 11 millones de euros.
Ante una casa totalmente destruida, el Padre Ángel, acompañado del inspector de los salesianos españoles, Juan Carlos Pérez Godoy, se detiene y reza en silencio, mientras cae la tarde y, a los lejos, se oye el canto de un gallo.
A su lado, Rubenei, un voluntario brasileño de Remar-Mensajeros, comenta casi con lágrimas en los ojos: "Somos nosotros los que destruimos la naturaleza. Éste es otro recado que Dios nos manda, una señal para decirnos 'estad atentos a mi creación'". No sabía el joven maestro de capoeira que, estaba repitiendo, sin saberlo, algo muy parecido a lo que había dicho el Papa.
En su mensaje para la Jornada de la Creación, Francisco proclama: "La tierra grita, porque hemos pecado. Escuchemos el grito de la tierra y de los pobres". Se lo comento a Rubenei y se queda estupefacto. Profundamente evangélico, no había leído ni escuchado el mensaje del Papa, pero se alegra de coincidir con él. Y añade: "Rezo para que los gobernantes miren más a los pobres y terminen con el sistema corrupto que padecemos tanto aquí como en Brasil, en todo el mundo".
Y es que, en el ambiente flota la sospecha de que algunas de las casi 300 víctimas podrían haberse evitado, si las rehabilitaciones de las viviendas se hubiesen hecho a conciencia. Como siempre en Italia, planea la sombra de los negocios interesados de la mafia.
De vuelta a la zona donde está la Camper de Remar-Mensajeros, el padre Ángel les anima a seguir en la brecha, les entrega un donativo y regresamos a Roma. Con el corazón encogido y una oración en los labios por las víctimas inocentes de este seísmo. A lo lejos, las montañas impertérritas y majestuosas, testigos del dolor de Amatrice.
Religión Digital
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