Sinceramente, no entiendo cómo mentes tan preclaras dicen que la exhortación de Francisco sobre la familia es ambigua. Dice claramente lo que quiere decir. Lo que pasa es que dice lo que algunos no pueden aceptar porque no lo entienden.
El Papa repite varias veces la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. Insiste en el carácter institucional e irrevocable del matrimonio. Explica preciosamente por qué este, siendo una institución del orden de la creación, es a la vez sacramento, signo e instrumento de la unión con Cristo y de la gracia de Dios, alianza de amor irrevocable, camino de purificación y santificación.
Presenta su indisolubilidad como un don de Dios por el cual los cónyuges llegan a ser el uno para el otro signo y presencia del amor irrevocable y fiel de Dios para cada uno de nosotros.
Pero, a la vez, el Papa piensa en los muchos cristianos y no cristianos que no perciben la grandeza del matrimonio ni su valor humano y religioso; y piensa también en los muchos cristianos que han fracasado en su matrimonio, han rehecho su vida como han podido y, al atardecer de la vida, quieren ponerse a buenas con Dios y la Iglesia. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los mandamos al infierno?
Ante esto, el Papa recomienda atención y misericordia. Las situaciones personales son muy diferentes. No bastan las normas generales ni las absoluciones generales, pero tampoco las condenas generales. Hay que tener en cuenta las circunstancias concretas, atenuantes o agravantes, que puede haber en cada historia.
Lo de las circunstancias atenuantes también es doctrina tradicional de la Iglesia. Siempre nos lo han enseñado así. Pero ahora el Papa nos invita a aplicar esta doctrina de siempre a la vida matrimonial, teniendo en cuenta la confusión en que viven muchas personas estas cuestiones de la sexualidad y del matrimonio. Esto no es ambigüedad, sino realismo y misericordia, y si me apuran, justicia.
Fernando Sebastián, en Vida Nueva
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