En el tiempo del relato del evangelista «Jesús estaba ocupado en muchas actividades y todos estaban admirados por todas las cosas que hacía. Era el líder de ese momento. Toda Judea, Galilea y Samaría hablaba de Él. Y Jesús, tal vez en el momento en el que los discípulos se alegraban de ello, les dijo: Tengan bien presente en la mente estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
En el momento del triunfo, Jesús anuncia su Pasión. Los discípulos, sin embargo, estaban tan absorbidos por el clima de fiesta «que no comprendieron estas palabras; seguían siendo para ellos tan misteriosas que no captaban el sentido». Y «no pidieron explicaciones. El Evangelio dice: tenían miedo de interrogarle sobre esto». Mejor no hablar de ello. Mejor «no comprender la verdad». Tenían miedo a la cruz.
En verdad, también Jesús le tenía miedo; pero «Él no podía engañarse. Él sabía. Y era tanto el miedo que esa tarde del jueves santo sudó sangre». Incluso le pidió a Dios: «Padre aleja de mí este cáliz»; pero también dijo: «Que se cumpla tu voluntad. Y esta es la diferencia».
Esto es también lo que sucede cuando nos comprometemos en el testimonio del Evangelio, en el seguimiento de Jesús. «Estamos todos contentos», pero no nos preguntamos más, no hablamos de la cruz. Sin embargo, como existe la «regla que el discípulo no es más que el maestro», existe también la regla por la que «no hay redención sin derramamiento de sangre». Y «no hay trabajo apostólico fecundo sin la cruz».
Cada uno de nosotros «puede tal vez pensar: ¿a mí qué me sucederá? ¿Cómo será mi cruz? No lo sabemos, pero estará y debemos pedir la gracia de no huir de la cruz cuando llegue. Cierto, nos da miedo, pero el seguimiento de Jesús lleva precisamente allí. Me vienen a la mente las palabras de Jesús a Pedro en aquella coronación pontificia: «¿Me amas? Apacienta.... ¿Me amas? Apacienta... ¿Me amas? Apacienta ». (cf. Juan 21, 15-19). Y «las últimas palabras eran las mismas: te llevarán allí donde tú no quieres ir. Era el anuncio de la cruz». Es precisamente por esto que los discípulos tenían miedo a interrogarle.
«Muy cerca de Jesús en la cruz, estaba su madre. Tal vez hoy sea bueno pedirle la gracia de que no se nos quite el temor, porque eso debe estar presente. Pidámosle la gracia de no huir de la cruz. Ella estaba allí y sabe cómo se debe estar cerca de la cruz».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta del 28 de septiembre de 2013)
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