jueves, 15 de septiembre de 2016

Comentario del Papa Francisco al santo Evangelio según san Juan (19,25-27)



Jesucristo, con su Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha traído la salvación, nos ha dado la gracia y el gozo de ser hijos de Dios, de invocarlo verdaderamente con el nombre de Padre. 

María es madre, y una madre se preocupa sobre todo de la salud de sus hijos, la preserva siempre con amor grande y tierno. La Virgen María... nos ayuda a crecer, a afrontar la vida, a ser libres. 

Una mamá ayuda a sus hijos a crecer y quiere que crezcan bien; por eso los educa para que no se dejen llevar por la pereza –a veces fruto de un cierto bienestar–, para que no cedan a una vida cómoda que se conforma sólo con tener cosas. La mamá se preocupa de que sus hijos sigan creciendo más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades y compromisos en la vida, de proponerse grandes ideales. (...) 

La Virgen María hace esto mismo en nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser superficiales, como hombres y como cristianos, sino a vivir con responsabilidad, a ir siempre más allá.

Una mamá además se ocupa de la salud de los hijos educándolos para que afronten las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuese un camino sin obstáculos. La mamá ayuda a sus hijos a ver con realismo los problemas de la vida y a no venirse abajo, sino a afrontarlos con valentía, a no ser flojos, a superarlos, conjugando adecuadamente la seguridad y el riesgo, que una madre sabe “intuir”. Y esto una mamá sabe hacerlo. 

No lleva al hijo sólo por el camino seguro, porque de esa manera el hijo no puede crecer, pero tampoco lo abandona siempre en el camino peligroso, porqué es arriesgado. Una mamá sabe sopesar las cosas. Una vida sin desafíos no existe y un chico o una joven que no sabe afrontarlos poniendo en juego su propia vida, es un chico o una joven sin consistencia. (...)

María ha pasado muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7), hasta el Calvario (cf. Jn 19,25). Como una buena madre está a nuestro lado, para que no perdamos jamás el arrojo frente a las adversidades de la vida, frente a nuestra debilidad, frente a nuestros pecados: nos fortalece, nos señala el camino de su Hijo.

Jesús, desde la cruz, dice a María indicando a Juan: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”, y a Juan: “Ahí tienes a tu madre” (cf. Jn 19,26-27). En aquel discípulo estamos representados todos nosotros: el Señor nos encomienda en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, de modo que podamos contar con su ayuda para afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano; no temer las dificultades, afrontarlas con la ayuda de mamá.

Un último aspecto: una buena mamá no sólo sigue de cerca el crecimiento de sus hijos sin evitar los problemas, los retos de la vida; una buena mamá ayuda también a tomar decisiones definitivas con libertad. Esto no es fácil, pero una mamá sabe hacerlo. 

Pero, ¿qué quiere decir ‘libertad’? No se trata ciertamente de hacer siempre lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una cosa a otra sin discernimiento, seguir la moda del momento; libertad no significa prescindir sin más de lo que a uno no le gusta. No, ¡eso no es libertad! ¡La libertad es un don para que sepamos elegir bien en la vida! 

María, como buena madre que es, nos enseña a ser, como Ella, capaces de tomar decisiones definitivas; decisiones definitivas, en este momento en el que reina, por decirlo así, la filosofía de lo pasajero. Es tan difícil comprometerse en la vida definitivamente. Y ella nos ayuda a tomar decisiones definitivas con aquella libertad plena con la que respondió “sí” al designio de Dios en su vida (cf. Lc 1,38).

Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es tomar decisiones definitivas en nuestros días! Nos seduce lo pasajero. Somos víctimas de una tendencia que nos lleva a la provisionalidad… como si quisiésemos seguir siendo adolescentes. Es de alguna manera la fascinación del permanecer adolescentes, y esto: ¡para toda la vida! ¡No tengamos miedo a los compromisos definitivos, a los compromisos que implican y exigen toda la vida! ¡Así la vida será fecunda! Y esto es libertad: tener el valor de tomar estas decisiones con magnanimidad. 

Toda la existencia de María es un canto a la vida, un canto al amor a la vida: ha engendrado a Jesús según la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo. Ella es la mamá que nos concede la salud en el crecimiento, nos concede la salud para afrontar y superar los problemas, haciéndonos libres para tomar decisiones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a dar siempre frutos de bondad, frutos de alegría, frutos de esperanza, a no perder nunca la esperanza, a dar vida a los otros, vida física y espiritual.

(De la meditación del Papa en Santa María la Mayor el 4 de mayo de 2013)

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