Esto ha llegado a su fin. Todo pasa, y eso es bueno y necesario. Esta JMJ no iba a ser menos. Ya es oficial que para volver a vivir una de nuevo tendremos que esperar tres años y cruzar el charco. Dios proveerá, pero también pondremos todas las ganas, ilusión y fuerzas para poder estar allí.
La misa de envío ha sido realmente emotiva (y calurosa). Hemos cumplido con la tradición de una JMJ: un calor sofocante en el fin de semana, cuando no hay nada que hacer para combatirlo. Pero bueno, todo pasó y al fin y al cabo pudimos aprovechar mucho la eucaristía. Ahora toca devolver todo lo vivido, ahora toca sembrar y compartir la semilla que han dejado en nuestro corazón estos días. Esto ha sido un regalo de Dios, y los regalos compartidos saben mejor.
Mirad, el día de hoy ha sido muy sencillo: nos han despertado a las 7 la megafonía del Campus Misericoridae, hemos celebrado la misa de envío, y hemos salido del Campus hacia Cracovia andando. En total, 20 km recorridos de los cuales unos 16 a pie en unas 4 horas. Más de uno se estará llevando las manos a la cabeza pensando la barbaridad que ha sido, y sí, lo admito, lo ha sido. Estoy ahora mismo reventado, bajo mínimos. Pero la experiencia de peregrinar, o más bien, de volver del peregrinar ha sido una maravilla.
El calor no cesaba, pero la generosidad de los polacos tampoco. Los encargados nos repartían agua continuamente. Entre todos nos ayudábamos, entre todos nos animábamos, y entre todos tirábamos para adelante. He aquí una gran experiencia de esta JMJ: la fuerza del grupo. Sin duda alguna la fe cristiana no está hecha para vivirla individualmente. Somos seres sociales, y Dios nos llama a la comunidad. Hasta en estos momentos tan mundanos se observa la fuerza del grupo.
Bueno, había gente cantando, bailando, echándose fotos... hasta que claro, no podíamos faltar la siguiente tradición ya: la tormenta de rigor. Os prometo que no veía tormenta igual desde aquella noche en Cuatro Vientos en 2011. Pero de nuevo, aún sabiendo que estábamos cerca de la desesperación, la fuerza del grupo ha hecho subir ánimos, acompañar, aconsejar. De nuevo, comunidad.
Sobre las 16:30 llegábamos por fin al Centro de Cracovia, nuestra JMJ como tal había terminado (aunque aún nos quedan tres días en Polonia). He sentido cierta pena y melancolía en ese momento, para qué engañarnos. Pero una metáfora que pensaba ayer me ha ayudado a que se me pase pronto.
Mirad, mi sector en el Campus estaba justo detrás del altar, era imposible ver nada. Claro, muchos de nosotros nos desilusionamos, yo entre ellos. Pero solo hasta que vi una pantalla a lo lejos que por supuesto retransmitiría todos los actos. Y aquí viene la reflexión: por muy lejos de Dios que estemos, aún estando a sus espaldas, siempre habrá alguien que sea tu pantalla hacia Dios. Los jóvenes que hoy hemos sido enviados por el Papa a nuestros lugares de origen debemos ser esa pantalla de Dios para todas esas personas que aún no han encontrado su camino, no conocen a Dios, o directamente están a 'las espaldas' de Él. Bonito reto.
Para acabar, quiero compartir con vosotros el último pensamiento que he tenido en esta Jornada Mundial de la Juventud. Al ir caminando de vuelta a Cracovia he vuelto a observar el río de banderas que había, de miles de sitios diferentes. Lo llevaba viendo todos los días pero en fin, los tiempos de Dios son diferentes y ha querido que sea hoy cuando caiga en la cuenta de esto.
Me preguntaba al ver tanta bandera que por qué hay tantas divisiones y que al fin y al cabo lo único que hacemos al llevar estas banderas tan a gala es marcar las divisiones de los hombres. Es entonces cuando he comprendido realmente el por qué de tantas y tantas banderas: donde otros se empeñan en ver colores, fronteras, razas y diferencias, en definitiva banderas, y a separar en vez de unir, los jóvenes católicos del mundo hemos demostrado que no nos importa nada todas estas barreras impuestas por la locura humana. Llevamos nuestras banderas para demostrar que solo Cristo es capaz de reunir a dos millones de personas gritando a una misma voz. Llevamos nuestras banderas para mostrarle al mundo que sabemos caminar juntos respetando nuestras diferencias, nuestras culturas, nuestras razas, porque para nosotros solo Dios importa, y Dios nos une a todos como hermanos.
Éramos, dicen, casi tres millones de personas hoy en el Campus Misericordiae. Sinceramente, ¿alguién es capaz de decirme algún otro colectivo capaz de aglomerar tal cantidad de personas? Pues mirad, no, no lo hay, porque solo Dios es capaz de hacerlo. Para que luego digan que Dios está pasado de moda.
- Francisco Javier Garrido Hernández, peregrino de Cracovia 2016. @MJS_es
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