Nos puede pasar como en los tiempos antiguos, que embebidos en una cultura del bienestar como absoluto, rechacemos toda voz discordante, y sentenciemos como ingrata e injusta la denuncia posible, que proclama valores y verdades contraculturales, como le pasó, de alguna forma, al profeta Jeremías. “En aquellos días, los príncipes dijeron al rey: -«Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia.» (Jer).
Y, no obstante, a la corriente embriagante, que convierte el tiempo de vacaciones en un paréntesis, en el que cabe todo, el Autor Sagrado vienen en nuestra ayuda, y la Iglesia se hace portavoz, sin ánimo de aguar la fiesta, de la verdad que supera el tiempo, y que en definitiva libera, consuela, da esperanza.
Jesucristo es siempre el referente autentificador, como señala el autor de la Carta a los Hebreos: “Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo” (Hbr). Porque podríamos interpretar la invitación al testimonio como una reacción violenta, pero Jesús fue paciente, expuso la verdad, y entregó su vida por defenderla, y llegó a morir por todos, incluso por los que le crucificaron.
Quienes tenemos el don de la fe, nos podemos convertir en profetas, por el modo de vivir, y sin intromisiones violentas, siempre cabe la profecía del testimonio: “Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor” (Sal).
Jesús, en el evangelio, parece que muestra cansancio o impaciencia en el anuncio de la Buena Noticia, y a apela a una imagen terrible: -“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc). Sin embargo, el fuego al que se refiere no es destructor, sino transformador, como se narra en los Hechos de los Apóstoles, cuando se posaron llamas como de fuego sobre los discípulos de Jesús, reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, a la espera del Espíritu Santo.
Ante el mensaje que hoy nos ofrece la Palabra, ¿cómo te sientes? ¿Denunciado? ¿Animado a ser testigo? ¿Esperanzado? ¿Con fuerza interior?
No pierdas el ánimo. Como dice el salmista: “Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado”.
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