«En el monte Gurugú rezaba todas las noches. Solo teníamos una oportunidad de llegar a Europa, y el único que te podía ayudar era Dios. Solo Dios. El único que podía contestar a mi deseo era Dios, porque un padre ayuda a todo lo que su hijo quiere»: así habla Ghislain, un camerunés de 30 años que lleva dos años en España y que gracias a la acogida de la Iglesia en Madrid acaba de recibir el Bautismo.
«A mí siempre me ha gustado la aventura, buscarme la vida», dice Ghislain; por eso intentó la aventura europea, y salió de su país en tren, autobús y a pie para atravesar las fronteras de Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos. En el monte Gurugú, en Marruecos, estuvo un año y dos meses esperando el momento de saltar la valla de Melilla. Lo consiguió –lo recuerda bien– a las 5 de la mañana del 24 de mayo de 2014. Pasó tres meses en el CIE y después de pasar por un pueblo de Albacete recaló en Madrid hace algo más de un año. En la capital estudia español y realiza un curso de mantenimiento de edificios.
Ghislain creció con una tía materna, que «era católica pero nunca me llevó a bautizar». Y aunque de pequeño iba a la escuela de la misión de San Juan Bautista, nunca quiso seguir la catequesis: no le gustaba que «el sacerdote tratara de engatusarnos ofreciéndonos caramelos para ir a rezar…»
Acompañado por la capillanía africana
En Madrid consiguió una plaza en el albergue de San Juan de Dios, donde conoció a unos voluntarios de la Legión de María que le empezaron a hablar de Dios, «y como ahora tengo mucho tiempo libre he querido conocer más de la religión católica. Nunca he querido hacerlo antes porque a mí me gustaba mucho la aventura y el dinero y no quería perder el tiempo en catequesis. Pero dentro de mi cabeza siempre he tenido una inquietud por conocer más». Él sabía ya «algunas cosas, pero también he aprendido cosas que no conocía, como amar a los demás, porque siempre he vivido pensando solo en mí». Por eso, hoy, menos de dos semanas después de su bautismo, no deja de decir: «Estoy muy contento, estoy muy contento».
A Ghislain le ha acompañado en este proceso el responsable de la capellanía africana en Madrid, el padre congoleño Modesto Munimi, misionero del Verbo Divino, que explica que a los católicos africanos que llaman a su puerta les propone vivir su fe en sus parroquias respectivas, porque «el objetivo de la capellanía para aquellos católicos que vienen del continente africano es promover su integración en la vida diocesana, y que no se sientan aislados de la Iglesia local. Por eso solo tenemos una Eucaristía en común al mes. El resto de los domingos los invitamos a acudir a sus parroquias habituales».
Sentirse acogidos en las parroquias no es fácil, porque la forma de vivir la fe en España choca mucho con la suya. «El africano expresa su acción de gracias al Señor» con celebraciones muy festivas. «Esto es lo mejor que podemos ofrecer a la Iglesia local. Y también el venir a Misa como una familia, para celebrar juntos, aunque no nos conozcamos», afirma el padre Modesto. Por este motivo muchos acaban en las iglesias evangélicas, «ya que no terminan de sentirse a gusto en las parroquias de Madrid», aunque también hay motivos económicos o de amistad que favorecen este fenómeno.
Otro de los desafíos que plantea trabajar con estos inmigrantes es que, aunque todos ellos queden agrupados dentro de una sola capellanía, en realidad el continente africano abarca muchas culturas y muchas etnias y lenguas distintas; una dificultad que se suma a la elevada movilidad de los africanos en busca de trabajo, vivienda y una vida mejor que la que tenían en sus países.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente; Alfa y Omega
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