María fue hecha cielo
en favor nuestro al llevar la divinidad que Cristo, sin dejar la gloria del
Padre, encerró en los angostos límites de un seno para conducir a los hombres a
una dignidad mayor. Eligió a ella sola entre toda la asamblea de las vírgenes
para que fuese instrumento de nuestra salvación. En ella encontraron su culmen
los vaticinios de todos los justos y profetas. De ella nació aquella
brillantísima estrella bajo cuya guía vio una gran luz el pueblo, que caminaba
en tinieblas. María puede ser denominada de forma adecuada con diversos
títulos.
Ella es el templo del Hijo de Dios, que salió de ella de manera muy
distinta a como había entrado, porque, aunque había entrado en su seno sin
cuerpo, salió revestido de un cuerpo.
Ella es el nuevo cielo místico, en el que
el Rey de reyes habitó como en su morada. De él bajó a la tierra mostrando
ostensiblemente una forma y semejanza terrena. Ella es la vid que da como fruto
un suave olor. Su fruto, como difería absolutamente por la naturaleza del
árbol, necesariamente cambiaba su semejanza por causa del árbol. Ella es la
fuente que brota de la casa del Señor, de la que fluyeron para los sedientos
aguas vivas que, si alguien las gusta aunque sea con la punta de los labios,
jamás sentirá sed.
Amadísimos, se
equivoca quien piensa que el día de la renovación de María puede ser comparado
con otro día de la creación.
En el inicio fue creada la tierra; por medio de
ella es renovada.
En el inicio fue maldita en su actividad por el pecado de
Adán, por medio de ella le es devuelta la paz y la seguridad.
En el inicio, la
muerte se extendió a todos los hombres por el pecado de los primeros padres,
pero ahora hemos sido trasladados de la muerte a la vida.
En el inicio, la
serpiente se adueñó de los oídos de Eva, y el veneno se extendió a todo el
cuerpo; ahora María acoge en sus oídos al defensor de la perpetua felicidad. Lo
que fue instrumento de muerte, ahora se alza como instrumento de vida.
El que
se sienta sobre los Querubines es sostenido ahora por los brazos de una mujer;
Aquel al que todo el orbe no puede abarcar, María sola lo abraza; Aquel al que
temen los Tronos y las Dominaciones, una joven lo protege; Aquel cuya morada es
eterna, se sienta en las rodillas de una virgen; Aquel que tiene la tierra por
escabel de sus pies, la pisa con pies de niño.
De los sermones de
san Efrén, diácono
(Sermón 3 de diversis: Opera omnia, III syr. et lat., Roma 1743, 607)
(Sermón 3 de diversis: Opera omnia, III syr. et lat., Roma 1743, 607)
Fuente: News.va
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