Antes de subir al cielo, Cristo
había encomendado a los Apóstoles una gran tarea: "Id (...) y haced
discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado" (Mt 28, 19-20). También les había prometido que, después de su
marcha, recibirían "otro Consolador", que les enseñaría todo (cf. Jn
14, 16. 26).
La reflexión que se nos invita
a hacer no puede menos de considerar, ante todo, la obra que el Espíritu Santo
realiza en las personas y en las comunidades. El Espíritu Santo esparce las
"semillas del Verbo" en las diferentes tradiciones y culturas,
disponiendo a las poblaciones de las regiones más diversas a acoger el anuncio
evangélico. Esta certeza debe suscitar en los discípulos de Cristo una actitud
de apertura y de diálogo con quienes tienen convicciones religiosas diversas.
En efecto, es necesario ponerse a la escucha de cuanto el Espíritu puede
sugerir también a los "demás". Son capaces de ofrecer sugerencias
útiles para llegar a una comprensión más profunda de lo que el cristiano ya
posee en el "depósito revelado". Así, el diálogo podrá abrirle el camino
para un anuncio más adecuado a las condiciones personales del oyente.
De todas formas, lo que sigue
siendo decisivo para la eficacia del anuncio es el testimonio vivido. Sólo el
creyente que vive lo que profesa con los labios, tiene esperanzas de ser
escuchado. Además, hay que tener en cuenta que, a veces, las circunstancias no
permiten el anuncio explícito de Jesucristo como Señor y Salvador de todos. En
este caso, el testimonio de una vida respetuosa, casta, desprendida de las
riquezas y libre frente a los poderes de este mundo, en una palabra, el
testimonio de la santidad, aunque se dé en silencio, puede manifestar toda su
fuerza de convicción.
Es evidente, asimismo, que la
firmeza en ser testigos de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo no impide
colaborar en el servicio al hombre con los seguidores de las demás religiones.
Al contrario, nos impulsa a trabajar junto con ellos por el bien de la sociedad
y la paz del mundo. Si los hijos de la Iglesia permanecen abiertos a la acción
del Espíritu Santo, él les ayudará a comunicar, respetando las convicciones
religiosas de los demás, el mensaje salvífico único y universal de Cristo.
Fuente: News. Va
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