El Señor,
que es quien nos da la vida, estableció para nosotros la institución del
bautismo, símbolo de muerte y de vida: por el agua es representada la muerte y
por el Espíritu se nos dan las arras de la vida.
El bautismo tiene una doble finalidad: la destrucción del cuerpo de pecado,
para que no fructifiquemos ya más para la muerte, y la vida en el Espíritu, que
tiene por fruto la santificación; por esto el agua, al recibir nuestro cuerpo
como en un sepulcro, suscita la imagen de la muerte; el Espíritu, en cambio,
nos infunde una fuerza vital y renueva nuestras almas, pasándolas de la muerte
del pecado a la vida original. Esto es lo que significa renacer del agua y del
Espíritu, ya que en el agua se realiza nuestra muerte y el Espíritu opera
nuestra vida.
Con la triple inmersión y la triple invocación que la acompaña se realiza el
gran misterio del bautismo, en el que la muerte halla su expresión figurada y
el espíritu de los bautizados es iluminado con el don de la ciencia divina. Por
tanto, si alguna virtualidad tiene el agua, no la tiene por su propia
naturaleza, sino por la presencia del Espíritu. Porque el bautismo no es
remoción de las manchas del cuerpo, sino la petición que hace a Dios una buena
conciencia.
Y para prepararnos a esa nueva vida, que es fruto de su resurrección, es por lo
que el Señor nos propone toda la doctrina evangélica... Por el Espíritu Santo
se nos restituye en el paraíso, por él podemos subir al reino de los cielos.
Del Libro
de san Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu Santo. Fuente: News.va
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