Cristo dijo: El que no
nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de los cielos. Ahora bien, es
evidente para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el
seno de nuestras madres.
También el profeta Isaías nos dice de qué modo
puede librarse de sus pecados quienes pecaron y quieren convertirse: Lavaos,
purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal,
aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al
huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor.
Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean
rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la
tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el
Señor.
Los apóstoles nos explican la razón de todo esto.
En nuestra primera generación, fuimos engendrados de un modo inconsciente por
nuestra parte, y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen
paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres
malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos también un
nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra
libre y consciente elección, y lleguemos a obtener el perdón de nuestros
pecados pasados, se pronuncia, sobre quienes desean ser regenerados y se
convierten de sus pecados, mientras están en el agua, el nombre de Dios, Padre
y Soberano del universo, único nombre que invoca el ministro cuando introduce
en el agua al que va a ser bautizado. [...]
También se invoca sobre el que ha de ser iluminado
el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y el nombre
del Espíritu Santo que, por medio de los profetas, anunció de antemano todo lo
que se refiere a Jesús.
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