La notable
familia de los Ghislieri había venido a menos económicamente en los comienzos
del siglo XVI. A Pablo y Dominga Augeria les nació un hijo el 17 de enero de
1504, en Bosco Marengo, al norte de Italia; le pusieron el nombre del santo del
día que era san Antonio Abad. Desde pequeño fue pastor por no poder ser clérigo
y tener que arrimar el hombro a la economía familiar.
Sabedor de las
inclinaciones del muchacho, el Sr. Bastone se ofreció a pagar los gastos para
que pudiera entrar en la escuela de los dominicos, cuando también ingresó a su
hijo Francesco.
Ingresa en los
dominicos de Voghera; a fray Miguel –es ahora su nuevo nombre– lo destinaron a
Vigevano; en Bolonia cursa los estudios filosóficos y teológicos y aprende
santidad allí mismo junto al sepulcro del fundador santo Domingo de Guzmán. Se
ordenó sacerdote en Génova en 1528.
Fray Miguel de
Alessandría vive pobre, enseña y predica, atiende los oficios divinos y combate
a los herejes en Pavía, Alba y Como, donde lo nombraron inquisidor. Camina a pie
de un lado a otro poniendo orden entre los nobles y herejes, sin respeto
humano, ni miedo a las amenazas del Conde de Alba –llegó a amenazarle con
arrojarlo a un pozo–, o a los mercaderes que se irritan profundamente cuando
les requisa los libros heréticos.
En 1550 está en
Roma; hasta allí han llegado las quejas y protestas por la rectitud con la que
lleva adelante su encargo inquisitorial; vista la cosa, nadie puede ponerle un
pero a su trabajo, que supo llevar con una escrupulosidad ejemplar. El mismo
cardenal Caraffa lo reconoció y hasta lo admiró.
Al bueno y
recto fray Miguel lo nombraron obispo de Sutri y Nepi el 4 de septiembre de
1556 y Paulo IV lo hizo cardenal de la Iglesia el 15 de marzo de 1575, y luego,
Inquisidor General.
Pío IV, Médici
de pura cepa, lo despreció, olvidó e ignoró porque varias veces tuvieron un ten
con ten en el que el último papa del Renacimiento solía recibir alguna que otra
amonestación del cardenal Ghislieri, amante de la pobreza, despegado del mundo
y de los honores, recio, y en algunos puntos inflexible.
Contra su
voluntad lo eligieron papa el 7 de enero de 1566, por la decisión que tomaron
en un agitadísimo cónclave los cardenales Borromeo y Farnesio. Lo pintan de
mediana estatura, de ojos pequeños con mirada aguda, y nariz aguileña; lleva
como atributos un crucifijo y un rosario.
En el Vaticano
se nota que ha dado un giro la Iglesia con su presencia. Despidió a todos los
bufones, se mostró enemigo de los abundantes aduladores y generosísimo con los
pobres; decía Misa diaria –cosa nada frecuente en aquella época–, impuso
austeridad y redobló la oración meditando de modo preferente la Pasión,
acompañada por el Rosario; desconfiando de los cardenales, se propuso renovar
el Colegio. Se iban corriendo las voces de que el antiguo inquisidor –ahora
papa– solo sabía reformar.
Y tenían
bastante razón aquellos rumores. Pío V ha decidido poner en marcha los Decretos
del Concilio Tridentino; reforma el Breviario y el Misal; publica el Catecismo
de Trento, que también se conoce por su nombre; urge la obligación de
residencia en sus diócesis para los obispos, les manda la celebración de
sínodos anuales, y da ejemplo en Roma realizando las visitas pastorales. El
viejo inquisidor frena todo lo que puede la herejía protestante, contando con
el saber y la fidelidad de Pedro Canisio, ayudando a los católicos franceses a
luchar contra los hugonotes, y adoptando medidas para favorecer la ortodoxia:
fomentó las ciencias eclesiásticas, cuidó la universidad de Roma y nombró
Doctor de la Iglesia a santo Tomás de Aquino.
Además hay un
terrible problema planteado. El turco. A Pío V le preocupa la unidad de la
Iglesia, defender y extender la fe. Intenta la unidad de los príncipes y reinos
cristianos para dar respuesta al peligro turco; una y mil veces propone formar
la Santa Liga y fracasa tanto por sus escasas dotes políticas como por los
sobrados intereses políticos de los gobernantes. Por fin, consigue la Triple
Alianza entre Venecia, los Estados Pontificios y España para montar una
escuadra capaz de presentar batalla a los turcos; los venció en Lepanto y la
mandaba Juan de Austria como almirante.
Murió el
ilustre piamontés que tuvo un origen tan humilde, el 1 de mayo de 1572, como
simple fraile dominico; deseó morir vestido con el hábito de la Orden. Su
voluntad expresa fue que se le enterrara en Bosco, pero en este punto no le
dieron gusto; el papa Sixto V trasladó sus restos a Santa María la Mayor, desde
su entierro provisional en el Vaticano.
Al papa de la
recuperación moral de la Iglesia –el que se mostró implacable contra el
nepotismo, que excomulgó a Isabel de Inglaterra y eliminó en la práctica el
protestantismo en Italia– lo canonizaron en 1712, aunque hubiera sido tratado
de intransigente y duro. Y es que en la Iglesia pasa como en el cuerpo humano;
arreglarlo, cuesta. Y a veces es preciso cortar para el bien de la totalidad.
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