Resucitar es un verbo que hay que conjugar todos los
días y no solo en Pascua.
Porque no tiene sentido celebrar la resurrección del Señor si no aprendemos a
resucitar nosotros mismos a esa humanidad a la que el Modelo nos llama.
¿Que cómo se resucita? Aprendiendo a vivir (no a morir como algunos siguen predicando)
desde los dones divinos que enjoyan nuestro fondo humano, nuestro ser.
¿Y cómo se detectan? Habrá que estar atentos a esa
interioridad, a esa mina de tesoros, sobre la que muchas veces malvivimos como
pordioseros. Habrá que aprender a desescombrar lo que, desde el interior o el
exterior, nos impide llegar a la profundidad necesaria para hacernos con
nuestra verdadera fortuna. Es de necios pasar hambre durmiendo inconscientes
sobre una enorme herencia. Es trágico vivir tristes y
desorientados sobre las auténticas semillas del mayor gozo, el
gozo de ser nosotros mismos en camino a la plenitud.
Hay síntomas infalibles
para detectar nuestras riquezas ocultas, la herencia que el Padre puso en
nuestro centro. Son las "aspiraciones profundas", esas sensaciones
con contenido sicológico que nos empujan a ser de determinada manera y no de
otra. Son las "llamadas" de nuestro ser a acrecentar, desplegar y
entregar nuestras cualidades específicas. Por lo que nos atrae descubrimos lo
que en nosotros es atraído, es decir, esas potencialidades que buscan nuestro
sí para germinar y nuestras manos para realizarse.
Hoy celebro la resurrección del Señor, pero también la
dicha de haber descubierto experiencialmente el camino de mi propia
resurrección terrena, primicia de la definitiva. Y lo hago con
versos de mi antigua profesora de Mística con cuyas aspiraciones me identifico
y en ellas me regocijo.
(Jairo del Agua)
No hay comentarios:
Publicar un comentario