Ni «cristianos errantes como turistas existenciales» ni
«cristianos inmóviles», sino testigos de una «fe que camina» siguiendo las
promesas de Dios. Es la identidad cristiana así como la trazó el Papa Francisco
el lunes 31 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Pontífice habló del valor que —en la vida de un cristiano—
tiene la confianza en Jesús «que no defrauda nunca». Está escrito en el
Evangelio y el Papa Francisco lo puso de relieve al comentar las lecturas de la
liturgia. «En la primera lectura —comenzó citando a Isaías (65, 17-21)— está la
promesa de Dios, lo que nos espera. Lo que Dios ha preparado para nosotros: “Yo
creo cielos nuevos y tierra nueva...”. No recordará ya el pasado, las
fatigas... será todo nuevo. “Creó Jerusalén para la alegría....”. Habrá
alegría. Es la promesa de la alegría».
El Señor, explicó el obispo de Roma, antes de pedir algo promete.
Y por ello el fundamento principal de la virtud de la esperanza es precisamente
fiarse de las promesas del Señor. También porque «esta esperanza —aseguró— no
defrauda; porque Él es fiel y no falla». El Señor, continuó, no pidió nunca a
nadie ir, actuar, sin antes haberle hecho una promesa. «Incluso Adán —recordó
al respecto— cuando fue expulsado del Paraíso recibió una promesa». Y este «es
nuestro destino: caminar en la perspectiva de las promesas, seguros de que
llegarán a ser realidad. Es hermoso leer el capítulo once de la Carta a los
Hebreos, donde se relata el camino del pueblo de Dios hacia las promesas: cómo
esta gente amaba mucho estas promesas y las buscaba incluso con el martirio.
Sabía que el Señor era fiel. La esperanza no defrauda nunca».
Para ayudar a comprender mejor el valor de la confianza en las
promesas del Padre, el Papa hizo referencia al episodio narrado por el
Evangelio de san Juan (4, 43-54) proclamado poco antes, en el cual se habla del
funcionario del rey que, al enterarse de la llegada de Jesús a Caná, va a su
encuentro para pedirle que salve al hijo enfermo que estaba muriéndose en
Cafarnaún. Fue suficiente, recordó el Pontífice, que Jesús dijera: «Anda, tu
hijo vive» para que ese hombre creyese en su palabra y se pusiese en camino:
«Esta es nuestra vida: creer y ponerse en camino» como hizo Abrahán, que
«confió en el Señor y caminó incluso en momentos difíciles», cuando, por
ejemplo, su fe «fue probada» con la petición del sacrificio del hijo. Incluso
en esa ocasión él «caminó. Se fio del Señor —destacó el Pontífice— y siguió
adelante. La vida cristiana es esto: caminar hacia las promesas». Por ello «la
vida cristiana es esperanza».
Sin embargo, se puede incluso no caminar en la vida. «Y, de hecho
—apuntó el obispo de Roma— hay muchos, incluso cristianos y católicos de
comunidad, que no caminan. Está la tentación de detenerse», de considerar ser
un buen cristiano sólo porque, precisó, se forma parte de movimientos
eclesiales y se sienten en ellos como en la propia «casa espiritual», casi
«cansados» de caminar.
«Contamos con muchos cristianos inmóviles. Tienen una esperanza
débil. Sí, creen que existe el cielo pero no lo buscan. Siguen los mandamientos
—evidenció el Pontífice—, cumplen los preceptos, todo, todo; pero están
inmóviles. Y el Señor no puede sacar levadura de ellos para hacer crecer a su
pueblo. Y esto es un problema: los inmóviles».
«Luego —añadió— están los otros, los que se equivocan de camino.
Todos nosotros algunas veces nos hemos equivocado de camino». Pero el problema,
precisó, «no es equivocarse de camino. El problema es no volver cuando uno se
da cuenta de que se ha equivocado. Es nuestra condición de pecadores lo que nos
hace errar el camino. Caminamos, pero a veces cometemos esta equivocación de
camino. Se puede volver: el Señor nos da esta gracia, de poder regresar».
Y «hay otro grupo que es más peligroso —dijo— porque se engaña a
sí mismo». Son «los que caminan pero no hacen camino. Son los cristianos
errantes: dan vueltas, dan vueltas como si la vida fuese un turismo
existencial, sin meta, sin tomar en serio las promesas. Los que dan vueltas y
se engañan porque dicen: “Yo camino...”. No; tú no caminas, tú das vueltas. En
cambio el Señor nos pide que no nos detengamos, que no nos equivoquemos de
camino y que no demos vueltas por la vida. Nos pide que miremos las promesas,
que sigamos adelante con las promesas», como el hombre del Evangelio de Juan,
que «creyó en las promesas de Jesús y se puso en camino». Y la fe se pone en
camino.
La Cuaresma, dijo como conclusión, es un tiempo propicio para
pensar si estamos en camino o si estamos «demasiado inmóviles» y entonces
debemos convertirnos; o bien si «nos hemos equivocado de camino» y entonces
debemos ir a confesarnos «para retomar el camino»; o, por último, si somos
«turistas teologales», como los que dan vueltas por la vida «pero que nunca dan
un paso hacia adelante».
«Pidamos al Señor la gracia —esta fue la exhortación del Papa
Francisco— de retomar el camino, de ponernos en camino hacia las promesas.
Mientras pensamos en esto, nos hará bien releer el capítulo once de la Carta a
los Hebreos, para comprender bien lo que significa caminar hacia las promesas
que nos hizo el Señor».
Para no ser turistas existenciales
Lunes 31 de marzo de 2014
Lunes 31 de marzo de 2014
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